sábado, 3 de octubre de 2015

El verdadero 18 chico en el Cerro Chena. La diferencia entre rememorar y resucitar una tradición


Por Mario Celis V.

Para rememorar la festividad tradicional del 18 chico, realizada desde los años 50 a los 80, en los cerros de Chena de San Bernardo, es creada esta actividad en el año 2010.
Es el primer periodo de gestión de la alcaldesa Nora Cuevas y el municipio sanbernardino se propone recuperar tradiciones perdidas.  Ese año se realiza una primera versión con los clubes de adultos mayores, en la planicie del Parque Metropolitano Sur.  Se trata más bien de un homenaje a esta tradición, a través de algunos stands y un show folclórico.
Los años siguientes la actividad sigue teniendo un formato de evento municipal.  Incluye a más organizaciones vecinales con stands de comida típica, además de juegos criollos y música folclórica en un escenario único.

Sin embargo, las publicaciones municipales declaran la recuperación de la fiesta original.  En el periódico municipal El sanbernardino Nº 22 de 2014, se afirma en su artículo El 18 chico en San Bernardo, un espacio de sociabilidad de los cerros de Chena, que “esta actividad se restauró el año 2010”. Misma aseveración se repite en otras publicaciones y en discursos oficiales.


Pero revivir o dar continuidad a la fiesta, implica reproducir o al menos acercarse a su naturaleza original, cosa que en este caso, solo se aproxima remotamente a sus inicios como paseo de los obreros maestrancinos (Década 50), donde imperaba la espontaneidad popular, muy lejana a su actual esquema de evento oficial, en torno a un escenario central.
Muy pronto esta fiesta crecerá hasta volverse popular y masiva. Su mayor auge es en las décadas siguientes, a la par del desarrollo de las orquestas de música folclórica y tropical y de los empresarios de fondas.

Lo cierto es que resulta irreal igualar o acercarse a las enormes dimensiones, el contexto y el especial formato de estas versiones originales.
La afirmación de que se estaría continuando o “reviviendo” la tradición del 18 chico, desvirtúa nuestra memoria histórica y aleja a las nuevas generaciones de todo conocimiento verídico sobre la importancia y magnitud que tuvo esta fiesta.
No es posible comparar los actuales stands de toldos de jardín, con las enormes instalaciones de las ramadas y fondas de  fines del siglo XX, que necesitaban varios días para ser levantadas y que dependían de la creatividad y recursos de cada fondero. Tampoco el actual formato de un show con escenario, se asemeja en nada con el despliegue de múltiples instalaciones, que entonces funcionaban simultáneamente y por separado.   

Desde el cerro, el viento repartía el humo de las parrillas, junto al sonido de los parlantes, hacia cada casa sanbernardina. Creando una curiosa mezcla sonora, similar a cuando alguien cambiaba bruscamente las estaciones de una antigua radio.
Para graficarlo, podríamos decir que el 18 Chico original se acercaba a las características de la Fiesta de la Pampilla en Coquimbo, sin sus enormes dimensiones, pero con un despliegue similar. A la fiesta, que duraba 3 días, asistían docenas de miles de personas.
Sus numerosas y enormes ramadas, con sus respectivas orquestas, se repartían por uno de los cerros de Chena más bajos, (frente a calle San José), hacia las alturas, ocupando también las laderas posteriores. Se instalaban también locales de juegos populares, juegos mecánicos, chicherías con enormes toneles, etc.
En los últimos años habían hasta juegos electrónicos, un circo, e incluso una discoteque. 

En sus versiones desde los años 60 a los  80, llegaban a tener más de 10 a 15 fondas y ramadas, grandes y medianas, más un promedio de 20 cocinerías y chicherías, e  innumerables puestos de venta. No existía aún la invasión de productos importados, por lo tanto los comerciantes ofrecían dulces chilenos, golosinas, volantines y juguetes manufacturados artesanálmente. Algunos souvenirs tradicionales de la fiesta eran los remolinos, pajaritos de papel o los sombreros de huaso y de tipo vaquero, hechos de cartón.  

Los fonderos pasan varios días levantando estructuras con largos postes, ramas de eucaliptus, subiendo mesas, sillas de madera, bocinas y pesados parlantes, amplificadores a tubo, etc. 
Los visitantes,  transportados en micro, camiones, camionetas y hasta carretas y a caballo,  invaden el centro y las calles de acceso al cerro en un flujo interminable de tres y más días. El tráfico de la carretera Panamericana debe ser desviado en las noches por calle América, Eyzaguirre Portales y otras arterias, lo que provoca una enorme congestión de automóviles, camiones de carga y buses interprovinciales.

En las boleterías, accesos e interior del recinto, trabaja personal municipal, de la escuela de infantería, voluntarios de la Defensa civil, Cruz roja, Carabineros, Bomberos y damas del voluntariado femenino.
Aunque la producción de la fiesta corresponde a iniciativas privadas, el municipio coordina este enorme despliegue, facilitando la masiva llegada de visitantes y el caótico regreso.  Es el período de gestión del alcalde Fernando Amengual del Campo (PDC, 1979 – 1982) y luego del alcalde Álvaro Vial Valdez  (Indep. 1982 – 1985).

La recaudación de las entradas en este periodo, es entregada a Bomberos y a la Junta nacional de jardines infantiles y navidad.
En las décadas anteriores, muchas familias acampan en el cerro durante los días de la festividad e incluso antes. En las décadas 70 y 80, el cerro está controlado por los militares y es desalojado al caer la noche. 
Desde el atardecer miles de personas comienzan a bajar el cerro para evitar la oscuridad. Arriba la fiesta continua, mientras el flujo de gente es interminable, hasta bien tarde. Muchos de ellos vienen equilibrándose sobre la pelota de la alegría, provocada por los nobles mostos del valle del Maipo, que por entonces se ofrecen sin muchas restricciones.
El viento primaveral del cerro y la ley de gravedad, ayudan a que los borrachitos queden regados por el camino, o pasen la noche en las cómodas acequias de la ciudad, que en Octubre lucen secas y con hierba alta.
El 18 chico fue una auténtica fiesta popular, que tuvo gran importancia en la comuna y en todo Santiago. Desaparece Aprox. el año 1984 y no volverá a existir como tal.
  
Sus características, antes descritas, son hoy muy difíciles de reproducir. Actualmente existen muchas mas opciones de entretenimiento, una segmentación social y del consumo, la tecnología permite nuevos y diversos formatos. Cada municipalidad de la región organiza sus propias actividades. En los sectores populares no existe ya aquel espíritu colectivo que impulsaba a todo un barrio o una organización a embarcarse juntos en un camión o una micro rumbo a la fiesta. Las regulaciones actuales para un evento de este tipo, son mayores. Como modelo de negocio, agrupar tal cantidad de fonderos, tampoco es factible en la década 2000, ni en la siguiente. 
Empezar todo de nuevo hasta logar asemejarse a la original, tampoco parece ser la idea de la nueva actividad, debido a sus diferencias de formato. 
                                                                                         
Este formato y la reutilización del nombre, constituyen una clara diferencia entre rememorar y resucitar esta tradición.  Ya que una vez instalada una resignificación de la festividad, la percepción que la gente tenía de ella, puede nublarse y olvidarse para siempre.   
        
Para ejemplificarlo mejor, pensemos en otra tradición local, como el Festival del Folklóre,
imaginemos un ejemplo de ficción, pero no muy extremo:  Estamos en el futuro y por desgracia el festival dejara de realizarse…Pasado un buen tiempo, el folklore ha decaído. Con el fin de revitalizarlo, una nueva autoridad organiza una actividad folklórica masiva, bautizada como “Fiesta Criolla”. Esta consiste en una competencia de grupos folklóricos y otros no tan tradicionales. Se inicia con poca producción y público, en una plaza al aire libre.  Cuenta con algunos stands de comida típica y solo algunos invitados de otras regiones.  
La fiesta es muy bien recibida por la población. que agradece conocer las antiguas tradiciones extintas. Como parte de su programa se presenta un homenaje al Festival del folklore, con imágenes y relatos de la época. Todos aprenden a conocer y valorar el Festival, su calidad y producción, entendiendo que tal vez no volverá a existir. Pero no lo confunden con la “Fiesta Criolla”, que esta naciendo y es definitivamente otra cosa, algo acorde con la época.

Pero, Imaginemos que ocurre si modificamos un poco la historia anterior: El evento para revitalizar el folklore es bautizado como “Festival Nacional del Folklóre de San Bernardo” y es presentado como: “El regreso de nuestra tradición”, “Nuestro tradicional festival ha sido revivido”.
Tal vez una buena parte de la gente que no conoció, o no recuerda bien el original, estaría contenta de este “regreso”. Pero quienes conocen sus detalles, su envergadura y su nivel alcanzado, sabrían diferenciar.
Este nuevo festival no tiene jurado experto, ni conjuntos de todo Chile ni el exterior presentando cuadros de proyección, ni feria artesanal, ni gastronómica, ni desfile inaugural, ni la mitad de público que el original. ¿Podríamos considerarlo la continuación del anterior? ¿No sería más beneficioso para la cultura y la tradición, que dejáramos al muerto en paz y creáramos algo nuevo, con un nombre nuevo?
Algo similar  ocurre con el evento actual del municipio, Ya que una vez instalado un nuevo significado de una tradición, el recuerdo de esta puede nublarse, olvidarse y desvirtuarse completamente..
 Pese a todo, esta nueva actividad, cumple con la finalidad de preservar la memoria y de ser una instancia de encuentro entre antiguas y nuevas generaciones de vecinos, en torno a una festividad extinta, pero que aún convoca el mismo espíritu festivo y fraterno. Para eso no requiere en absoluto cargar con la pretensión de ser la encarnación del verdadero 18 Chico.