Por: Mario Celis V.
Texto presentado en el foro Barriocultura “San Bernardo Cultura o Slogans”, realizado en Noviembre 2014 y Enero 2015.
Es ya común escuchar que la
ciudad de San Bernardo tiene una identidad cultural propia. Pero ¿Cuál es esta
identidad? Por años, el tema ha sido obseción de artistas y antiguos vecinos, que han profundizado una búsqueda
natural de elementos culturales en su origen y desarrollo histórico.
Desde 1990, ya en período democratico, surge en las autoridades locales, de
todas las tendencias gobernantes, un frenetico interés por levantar el tema cultural
sobre la idea base de una identidad local.
Aquella construcción ha ido
definiéndose en las últimas décadas, hasta constituir un discurso que ha sido
también adoptado por instituciones privadas, uniformadas, empresas e incluso
organizaciones sociales. Discurso repetido sin mayor
reflexión sobre su consistencia.
Desmenuzaremos a continuación sus trasfondos y
como abordar con lucidez, un tema tan etéreo como la identidad.
EL “PASADO DORADO” DE SAN BERNARDO
El discurso de la identidad
sanbernardina que ha sido instalado, evoca y alaba hasta la saciedad, los
símbolos de una “era dorada” de San Bernardo. Esta era dorada, en rigor, no
aparecería con sus primeros habitantes indígenas, ni con la presencia mapuche,
ni con la convivencia del imperio del Tahuantisuyo. Tampoco con el periodo
colonial ni la edificación de la villa en los albores de la independencia, ni su desarrollo posterior en el siglo diecinueve.
Aunque la ciudad tiene cerca de 200 años, sin contar su historia anterior, este
esplendor pertenecería al periodo republicano. Se trataría solo de algunas fotografías de identidad en color sepia, de una parte del siglo veinte.
He aquí los imaginarios que
componen esta identidad única. Tres dimensiones de un mismo cuerpo:
El Imaginario Aristocrático:
La vida aristocrática termina
desvaneciéndose. El balneario de las familias pudientes se traslada a
Cartagena. Nuevas familias que no pertenecen a estas castas, hacen riqueza.
Inmigrantes árabes, españoles,
alemanes, italianos, dedicados al comercio, son quienes modernizan el barrio céntrico y participan de una nueva estructura social que toma forma y
aporta al progreso de la ciudad.
Años más tarde, las casonas o sus restos, su dudoso legado arquitectónico, se convertira en simbolo de una quimera, el anhelo de ver a la ciudad nuevamente habitada por gente rica, bien vestida y culta, que nos invita a sus pomposos ágapes. Un poco más realista es el deseo de restaurar o proteger esa arquitectura, pero la modernidad dirá otra cosa. La idealizada arquitectura local, la supuesta edad de oro de la cultura y su legado Tolstoyano, más alla de un suspiro nostalgico, ¿lograrán materializarse en algo?
El imaginario Rural:
Este
imaginario, recoge la memoria del antiguo pueblo y su vida de campo. Aquella nostalgia por un pueblo apacible de costumbres agricolas. Es también aristocrático, pues proviene de la aristocracia del latifundio que domina y ordena la vida de los habitanyes de la zona central de Chile.
Como en todo Chile, la vida se
ordena en torno al fundo. Con migraciones de zonas agrícolas aumenta la
población. El modelo de vida campesino comienza a convivir con el modelo
industrial, transformando al pueblo
apacible, en una ciudad modernizada.
Tras el golpe del 73, la reforma
agraria es reducida a su mínima expresión, pero la vida en torno al fundo no
regresa. Los campos son entregados al modelo exportador. Parcelas de
monocultivo, plantas de procesamiento frutícola, frigoríficos, faenadoras de
pollo y cerdo, decoran ahora el entorno a la ciudad.
La actividad agrícola de
grandes hacendados y pequeños parceleros, disminuye hasta casi desaparecer. Las
chacras se transforman en parcelas de agrado.
Allí ya no se plantan nuestras hortalizas, ni se cría el caballo alazán,
ni se canta con guitarra traspuésta bajo el parrón. Las carretas repartidoras de leche, ya
no trotan por las calles, el agua ya no corre por las acequias. Ponchos, mantas
y espuelas, ya no serán atuendo cotidiano, sino un ocasional disfraz.
A pesar del derrumbe, la matriz cultural rural - urbana, si ha permanecido, como un sentido recuerdo. Es alli donde se instala un nacionalismo autoritario y conservador, impuesto por la dictadura y continuado por sucesivas gestiones municipales en las décadas 2000 y 2010.
Esta nostalgia, es desvirtuada, a traves de los esterotipos de la "chilenidad" y utilizada como sinonimo de identidad local, como instrumento de cohesión, como váñvula de escape, como slogan unificador.
Así como desconoce la verdadera realidad social del antiguo pueblo campestre, tampoco entiende las causas, ni el momento cuando el campo desaparece como modelo. ¿Podra esta "chilenidad sanbernardina", desconocer también al modelo de mercado, a la expansión del territorio urbano y su impacto en la cultura rural.?¿Podra imponerse sobre la periferia, no identificada con lo rural, o por sobre el descontento social?
El Imaginario ferroviario:
Es la añoranza por el esplendor de Maestranza Central durante el siglo XX. Resurge una y otra vez por la eterna deuda patrimonial ferroviaria con su memoria y sus edificios de arquitectura racionalista o moderna.
Hay un fuerte lazo entre dos o tres generaciones de obreros y sus descendencias e identifica fuertemente a sectores de la clase media local de los barrios históricos.
Es la añoranza por el esplendor de Maestranza Central durante el siglo XX. Resurge una y otra vez por la eterna deuda patrimonial ferroviaria con su memoria y sus edificios de arquitectura racionalista o moderna.
Hay un fuerte lazo entre dos o tres generaciones de obreros y sus descendencias e identifica fuertemente a sectores de la clase media local de los barrios históricos.
Se le considera reresentativo de la identidad del sujeto obrero popular, Sin embargo, la ciudad tuvo también durante aquel siglo, una gran masa de trabajadores campesinos, un fuerte artesanado, trabajadores del comercio y servicios, militares, profesores y un creciente número de profesionales de nivel técnico y superior.
Sobre su último periodo no se habla. Los
crímenes contra ferroviarios tras el golpe militar y sobre estafas en la empresa de ferrocarriles del estado al llegar la democracia, se guardan bajo un oscuro silencio.
El proyecto para convertir sus galpones en un mall, es postergado, así como el debate sobre el rescate de esa memoria. Este no
se hace cargo de las causas de su final y abandono.
Al promover una memoria con
mala memoria, dificilmente se puede construir una voluntad para convertir estos
espacios en un bien útil de uso comunitario.
Aun con la deuda impaga, este imaginario mantiene vigencia, pero pierde representatividad popular y queda también huerfano de proyecto económico politico y social, al morir su industria.
¿Si la memoria ferroviaria fuese al menos, puesta en valor, podrá por si misma, representar a la actual masa trabajadora de la comuna?
CULTURA PARA LOS SIN CULTURA
La cultura oficial no cree en
cultura hecha por la gente común, pues la cultura, o la “alta cultura” es solo
lo que hicieron otros en el pasado, aristócratas, gente excepcional del siglo
XIX. Su legado, plasmado en fotografías en sepia, es lo que estamos obligados a seguir.
Como un gran porcentaje de las
familias sanbernardinas, no vivió este “pasado de oro”, se encontraría, según
esta mirada, en una carencia cultural e identitaria. Tal vez ahí, podria sustentarse, la idea de difundir
rescatar y revivir esta cultura del pasado.
Tras la que podria ser una noble intención, un enfoque discriminador. Estos habitantes, sin al menos un pariente lejano ilustre, o ferroviario, no tendrían cultura propia. Al convertirse en sanbernardinos deberían adoptar esta identidad y negar cualquier cultura que les pudiera pertenecer por herencia de su origen, o cualquier construcción identitaria como pobladores de villas o como habitantes del siglo XXI, en una ciudad en expansión
.
Esta idea que supone a los
“nuevos vecinos”, o “nuevos sanbernardinos”, como gente sin cultura, ni
pasado, tal vez explicaría la necesidad
de la oficialidad de “repartir” su cultura a esta comunidad sin voz, como quien
reparte leche, frazadas, cajas de alimento o globos.
Se les
reduce a espectadores de eventos, de entretención liviana, masiva. Mientras aún
no estén preparados para un baño de cultura mayor, se les “mangueréa” la cultura,
hasta que sean dignos de entrar a la piscina.
Un estereotipado folklóre se
ensalza por sobre otras expresiones y también se entrega gratuitamente en formatos masivos, en serie, repetitivos,
controlados.
Para quienes si pueden acceder,
hay una oferta de eventos reducidos, para la afición musical o literaria
local. Allí puede encontrarse algo de
arte. Pero principalmente se fomenta un arte que preserve tradiciones, que
contemple, que añore, que no cuestione, un arte servicial, un arte “positivo”,
“que muestre lo bueno y no lo malo”, como afirma la autoridad.
Se recuerda el pasado, pero solo
cierto pasado. Se desconocen las últimas décadas como décadas de valor
cultural. Se da vuelta sobre los mismos temas, los mismos nombres. El eterno
homenaje y las efemérides obstruyen la expresión artística. La mirada
contemporánea brilla por su ausencia. Y aunque se privilegie la “alta cultura”, esta se
mantiene a kilómetros de distancia del quehacer cultural y del arte profesional
hoy en Chile.
Sabemos que el arte, si para algo
sirve, es para para hacernos preguntas, y esto no es posible con un arte que
anula cuestionamientos e impone respuestas únicas.
Pero, aunque esta adaptación del arte
para otros fines, es una constante de toda época y gobernante, podemos poner atención en un punto más abordable
en nuestra cotidianeidad local y que nos es propio: La identidad cultural.
PASADO PARA OCULTAR PROBLEMAS, PASADO PARA NUBLAR LOS CAMBIOS
Como la identidad cultural de la
ciudad se supone ya existe, casi nadie se atreve a cuestionarla o pensar que
nuestra ciudad pudiera tener otras identidades, o bien, descubir con horror, que tal vez no tiene ninguna identidad
propia (!!!).
Las obras o iniciativas que apuntan a crear una identidad local de
época con otros códigos, o aquellas que osan abordar temas de la sociedad del
siglo XXI, no parecen tener aún un espacio en nuestra conservadora comuna.
El problema no es el pasado,
cuyo conocimiento resulta sumamente interesante, sino la utilización de este.
La instalación de este imaginario de memoria e
identidad cultural totalizante, como el único posible.
Se trata de crear la fantasía de
que la historia, está siendo recuperada, o que
modelos culturales extintos siguen aún vivos. Por lo que sabemos, esta cultura no vive hoy,
es de otra dimensión. Por tanto solo nos quedan sus bienes patrimoniales. Aquí
sobreviven algunos de sus vestigios: Casas patronales, caminos, iglesias,
acequias, la Maestranza, etc.
Hasta ahora ha sido posible tener
estos vestigios a la vista, pero su abandono es evidente, desaparecen a un
ritmo impresionante, mientras la ignorancia, la violencia, la superficialidad,
las anti-culturas, proliferan como microbasurales en cada esquina, cada
escuela, cada hogar, cada institución.
Como los bienes tangibles
escasean, se recurre a los recuerdos de sus habitantes más antiguos, pero al
morir estos y ser minoría ante una población creciente, los recuerdos pierden
fuerza cuando no puedes ver, visitar o usar estos bienes patrimoniales.
Es aquí donde la oficialidad ha
redoblado esfuerzos para imponer ideas fuerza como “La Capital del folklóre”,
“Una comuna con abundante vida cultural”, “ciudad de poetas”, “capital
ferroviaria”, “una comuna con todas sus tradiciones vivas”, “la recuperación
del 18 chico y la fiesta de la primavera”, “Aquí el folclore se vive todo el
año”, "el legado tolstoyano vivo", etc. Slogans que para el sentido comun, o a la vista
gente de otras comunas, suenan algo exageradas, chauvinistas, poco realistas,
con vago sustento histórico o científico. Pero lo más evidente es que en su
mayoría se trata de puestas en escena, recreaciones, muy poca cultura viva,
libre, creada o gestionada por la gente.
Para esto se despliegan grandes
recursos, toda la tecnología, publicidad y marketing hoy disponible. La identidad
cultural irrumpe con enormes parlantes, pero escaso trabajo educativo.
Imponer esta identidad anacrónica
en todo, se ha convertido en una constante y velada censura a la cultura y a
los artistas locales (en una ciudad, donde curiosamente, surgen gran cantidad
de artistas, con o sin apoyo oficial).
Su uso obsesivo nos ayuda poco a
comprender los últimos tiempos, que definen sustancialmente el San Bernardo de
hoy. Es este mismo pasado, el que se usa para no hablar de otras épocas, de
otros imaginarios. Con este pasado se obstruye la construcción de una identidad
cultural, que interprete a las actuales y nuevas generaciones, sobre todo a los
sectores populares.
Con esta identidad del recuerdo,
se nublan los problemas presentes, se niegan las posibilidades de cambios
profundos. La identidad única, infantiliza, niega las capacidades de la gente.
Menos aún, ayuda a comprender la sociedad en que vivimos. Temas como Género, diversidad, desigualdad,
sexualidad, tecnología, ciencia, educación, cultura, medio ambiente, DD. HH…No
pueden existir en una cultura estática, en imaginarios de museo abandonado.
EL PASADO DORADO EN DEMOLICIÓN
Contradictoriamente este pasado
dorado es destruido, sin culpa, por la misma clase política, autoridades,
inversionistas e instituciones a su servicio, que pregonan la belleza
insuperable de estas épocas. Cada vez que surge una buena oferta para levantar
alguna mole que ofrezca beneficiar a una firma privada, a cambio de buenas
patentes, iluminar un peladero, o aumentar algo el subempleo; no se inmutan
para subastar cualquier bien patrimonial, en tiempo record y con las mínimas
exigencias, al borde de la normativa.
La identidad del pasado se ha
convertido, en el truco publicitario usado para promover las inversiones
que destruyen o deforman esta y otras identidades.
Queda así en evidencia que su
modelo de identidad local, no ha sido más que un conjunto de frases. Solo se ha
jugado con nuestra memoria emotiva.
“San Bernardo ya no es el mismo” se dice,
¿Pero quién mando demoler el patrimonio y la identidad de San Bernardo, que
tanto dicen defender? ¿Si no fue el latifundio, si no fue la dictadura, si no
fue la economía de mercado, si no fueron los gobiernos, si no fue el municipio,
si no fueron los negociados, si no fue su partido?… ¿Quién?
Nadie asumió la responsabilidad,
ni por las Re - radicaciones (mal llamadas "Erradicaciones", como si fuera un exterminio de pobres), ni por el sobrepoblamiento sin planificación a
través de subsidios, ni por la venta del patrimonio a las inmobiliarias, ni por
el abandono del mercado, del Pucará, plazas, teatros o la Maestranza, ni por la
ausencia de un proyecto cultural masivo, ni por el nulo apoyo a los artistas,
ni por la segregación, ni por nada.
Durante más de tres décadas no
importo saber. Había que seguir creyendo y difundiendo la devoción por la identidad
del pasado, aunque se nos viniera el siglo XXI encima. Porque distraía del
presente, de los temas difíciles, porque llenaba un vacío de identidad local
necesario, porque rendía electoralmente, porque calzaba con la inversión
privada, porque servía para todo.
El pasado dorado ya no era solo
publicidad, había sido desde mucho antes, y hoy más que nunca, una estrategia
más de propaganda política.
Pero no era suficiente para
diluir las responsabilidades de destrucción de la villa rural, aristócrata y ferroviaria…Para
responder a la preguntas ¿Por qué se arruinó nuestro lindo pueblito?, ¿Quién
jodió a San Bernardo? Se tejió una respuesta burda, usada por las capas medias,
tanto como por la hoy exigua clase alta local, e incluso por los estratos bajos.
Una respuesta que mezcló las épocas, que confundió las tomas con la asignación
de viviendas, como si toda la periferia hubiese optado por instalarse allí, sin
que las autoridades lo supieran…Una respuesta que fue transmitida a los niños,
que hoy abunda en las redes sociales:
… “Fueron los pobres”…
“Fue esa gente que llego y arruinó todo”, “esa
gente que bajo hasta acá y se apoderó del centro”, “fueron los flaites quienes destruyeron San
Bernardo”, “Se instalaron tras la línea, llegaron con rabia, aun siguen llegando”…
LOS MODELOS SOCIALES ECONÓMICOS DE LA CIUDAD
Malas noticias: San Bernardo ya
no es, ni volverá a ser aquel pueblito rural, ni la villa señorial para el
veraneo de la aristocracia santiaguina, ni tampoco la villa industrial de
obreros privilegiados.
Los acontecimientos del país
y sus cambios de modelo, le influyeron y
le influyen directamente.
Comprender que la ciudad no es
una isla, nos ayudaría a aceptar que los ciudadanos de San Bernardo se han
quedado hoy sin proyecto social propio. El último proyecto, el industrial
ferroviario, fue silenciado, acribillado y hecho desaparecer.
El único proyecto existente,
omnipresente, e impuesto desde afuera, es el imperio de las grandes empresas.
Inversionistas de todo tipo, ven en la comuna una plaza libre, con escasas
regulaciones, para contratar mano de obra barata e instalar sus malls,
industrias contaminantes, villas,
condominios enrejados, u obras de ingeniería invasivas y segregadoras.
¿EL PROBLEMA DEL PATRIMONIO, NO
SERA LA IDEA DE PATRIMONIO?
¿Quién defiende el patrimonio de
la ciudad entonces? Al parecer todos. Quienes lo añoran y quienes lo destruyen
y viceversa. Es decir, quienes lo defienden también lo destruyen, o hacen muy poco para impedirlo.
El mito del patrimonio es parte
de esta construcción de identidad, de un pasado mejor, pasado que
supuestamente, aún permanece. Permanece al menos en el espíritu y lo poco que
queda debemos preservarlo, es el discurso de todo candidato.
Pero las excavadoras avanzan,
mientras las viejas locomotoras y los viejos edificios desaparecen en el óxido,
con la eterna promesa de ser preservados.
Como se supone que este
patrimonio les pertenece a todos. Con facilidad levantan slogans como “San
Bernardo defiende su patrimonio”, suponiendo que estos temas son prioritarios y
de apoyo masivo, cuando no lo son.
En los mayoritarios sectores
populares este discurso no prende. Incluso en sectores medios, para los vecinos
la idea de Patrimonio, carece de un sentido concreto, genera dudas. Cuando ven su propio patrimonio, sus casas y
sus barrios deteriorándose a mayor velocidad, no hace sentido la defensa de
viejas casonas de adobe, ni oponerse a la promesa de progreso, cuando no hay
una alternativa contundente de otro desarrollo, no destructivo, ligado a una cultura real, viva, tangible,
coherente con su época y sus necesidades.
La protección estos bienes y el
imaginario de recuerdos que los rodea, no se traduce en beneficio para la
población postergada de la ciudad. Pero peor aún, no corresponde a su propia
identidad.
Por otro lado, las clases
acomodadas de la ciudad, que heredaron estas tradiciones y este sentimiento de
ciudad cohesionada de antaño, aparte de culpar a los pobres de los cambios,
tienen desconfianza de un futuro donde estos bienes tangibles sean totalmente
accesibles a esta masa inculta y no protegidos por sus antiguas familias. La amenaza de destrucción del patrimonio y por
tanto de la cultura, alimenta la promesa de restauración, conservación y
apertura, como una constante en el tiempo. Pero si se llegara a hacer algo con
estos bienes, presume administraciones elitistas, usos restringidos, usos no
comunitarios.
El patrimonio es propiedad, y la
propiedad no es de todos, se compra o se hereda.
Si esta construcción simbólica
fue hecha tanto por la dictadura, como por la clase política de ambos lados, que
ha gobernado la comuna desde 1990, se hace difícil creer en una política
patrimonial seria, a estas alturas, mucho menos en una política cultural.
Por años parecía creíble que una
oficialidad que defendía sus propias tradiciones, su patrimonio, sus proyectos
económico - sociales, defendería
también la memoria, las tradiciones
(supuestamente) de todos.
Hoy resulta dudoso que los mismos
sectores políticos que apoyan el modelo de mercado como solución total, serán
los defensores del patrimonio o incluso de la cultura local.
¿Si no se defendió antes el
patrimonio, porque ahora van hacerlo? ¿Si no se diseñó un proyecto cultural, ni
levantaron los temas sociales como hoy levantan las banderas del patrimonio, ¿Porque
debemos creer que ahora van a hacerlo?
Es innegable que en muchos
vecinos existe la honesta intención de
hacer progresar esta ciudad defendiendo su cultura. Sin embargo, enfrentar la
publicidad de la alianza empresario - político, destinada a privilegiar negociados,
puede ser muy contraproducente, si se hace con consignas simplistas, o con su
mismo ideal de pasado.
En otras palabras; Si los dueños
de la ciudad nos imponen sus negocios, levantando la consigna del pasado
dorado, no funciona oponerse a ellos, con la misma consigna del pasado dorado.
Es necesario revisar si nuestras
propias convicciones y formas de oponernos a los proyectos invasivos, no cae en
una extrema ingenuidad. Las lindas locomotoras antiguas que añoramos, se están
convirtiendo fácilmente en crueles retroexcavadoras. Al invocar modelos tan manoseados y al no dar
consistencia política como fuerzas sociales
a las demandas, corremos el riesgo de que caer en otro “cuento del tío”.
Con este mismo proyecto de
identidad del recuerdo, de una ciudad que ya no existe, no se puede enfrentar a
quienes vienen con sus maquetas 3 D a proyectarles un futuro magnifico a
concejales y alcaldes de turno, dispuestos a comprar cualquier porvenir que sea
financiable.
IDENTIDAD DE HOY, IDENTIDAD DE
FUTURO
Las amenazas a espacios como la
Maestranza, la Plaza de Armas, la Avenida Portales o los barrios típicos, hoy
nos dan la oportunidad de hacer una reflexión profunda de que queremos como
ciudadanos comunes para hoy y para mañana.
Si aspiramos a construir un San
Bernardo mirando al futuro y para todos, nuestra mirada debe ser de futuro.
Si para construir nuestra
identidad cultural local, se necesita una conciencia del pasado, dado lo
compleja y contradictoria que es nuestra ciudad, necesitamos reflexionar doblemente
sobre el San Bernardo de hoy, la identidad de hoy, la cultura de hoy.
¿Es la identidad cultural solo un
recuerdo de tiempos mejores? Queremos preservar para añorar eternamente un
pasado mejor, o queremos dar cuenta de nuestra realidad aquí ahora, para
construir una base sólida para un mejor futuro?
¿Queremos entender como
identidad, solo la cultura del San Bernardo céntrico, antiguo?, ¿Asumiremos de
una vez, que tenemos hace ya tiempo un nuevo San Bernardo mayoritariamente
periférico, popular, con carencias, que también tiene derecho a escribir su
propia historia, su propia cultura y no necesariamente debería identificarse
con todo lo que se afirma es la única
identidad de San Bernardo?
Hacernos estas preguntas, es
urgente y es gratis. Como el pasado no va a regresar, debemos construir hoy lo
que nos gustaba de ese pasado. Por ejemplo: convirtiendo la fantasía rural, en
planificación ambiental o un proyecto de cultura y tradiciones coherente con
esta época.
Podemos y debemos crear nuevos
códigos, nuevas expresiones, nuevas estrategias de respuesta a nivel local,
aquí y ahora. Podemos crear las bases de una nueva política cultural desde las
organizaciones sociales. Antes que San Bernardo triplique su población, antes
que sea demasiado tarde.
Muy interesante cómo el autor define las diferentes aristas de San Bernardo, juega con varios conceptos que son clave para entender su historia, elementos con que va jugando para convertirlo en un paisaje muy cercano a la realidad: La maestranza, las casas patrimoniales dormitorios, las diferentes capas sociales que se han ido con el tiempo traslado hacia estos que fueron campos. Son muchas interrogantes en este Patrimonio comunal, que han quedado sin responder hasta ahora. Mario Celis las pone para la reflexión. Es tal el San Bernardo que proclamamos? A qué capas sociales nos referimos cuando hablamos de Patrimonio, de identidad, de cultura? Buen momento para reflexionar, nadar mas profundo en las aguas de estas interrogantes. La intención de Mario Celis es despertar en nosotros ese ímpetu de ir más allá de lo que nos han dicho, o quizás nosotros mismos hemos repetido. El sentido crítico de los procesos debieran hacernos crecer y mirar de frente a este San Bernardo que crece después de la Línea de Ferrocarriles.
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