PARTE II
POLITIZACIÓN V/S DESPOLITIZACIÓN
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El Festival en el Proyecto cultural de la DC
Asentado en Talagante, el festival original se
inicia en 1968, impulsado por la desaparecida Oficina de promoción popular,
creada en el gobierno del presidente Frei Montalva y la Democracia Cristiana.
Entonces el Folklóre nacional vive un proceso de
desarrollo creciente y nace su primera organización nacional, la Confederación
de conjuntos folklóricos.
En su dimensión musical, la llamada Música típica, había dado paso a un
folklóre criollísta, y a fines de los
años 60 al Neo Folklóre, a los
conjuntos de proyección folklórica y al movimiento de la Nueva canción chilena.
El Festival en el Proyecto cultural de la UP
Con el gobierno de la Unidad Popular (1970) se crea
un proyecto cultural para el país, que promueve La Nueva Canción chilena[1]
y toda música de raíz folklórica con compromiso político. En la época, ya
existe un auge de los conjuntos de
proyección folklórica[2]
y de la música de raíz. Irrumpen también los ballets folklóricos.[3]
La discrepancia surge en el festival de Talagante
en 1970 y continúa en 1971 con el quiebre final entre la Confederación
folklórica y el gobierno local.
Los folkloristas contrarios a vincular el festival
al proyecto político de la UP, trasladan el evento a San Bernardo.
El desacertado planteamiento de creer que toda la creación y tradición folklórica, debiera estar al servicio de un determinado proyecto político, choca con la férrea oposición de quienes creen en un folklore supuestamente despolitizado, que debiera ser cercano al poder y al orden establecido.
¿Folklóre político v/s folklóre apolítico?, ¿Folklóre
comunista v/s folklóre patronal? Conocemos muy poco sobre los detalles de ese
debate. Cuan irreconciliables eran ambas miradas sobre el folklóre. Pero todo
indica que, más allá de lo artístico, la discusión y traslado del festival,
fueron reflejo de dos visiones políticas antagónicas, en medio de la agitación
del país ese año 1971.
La primera versión en San Bernardo se concreta en
1972 con mínimos recursos. Con certeza el golpe de estado al año siguiente, y
la adaptación del festival a las nuevas disposiciones, influyeron en que el
evento se asentara y mantuviera tantos años en San Bernardo, una de las
ciudades bastiones del nuevo orden.
El Festival en la agenda cultural Dictatorial
El evento es acogido en San Bernardo por un gobierno
local, cuyo alcalde electo: Fernando Amengual del Campo (PDC /1971 – 1979), se
mantiene en su cargo luego del golpe, apoyando la permanencia del festival,
ahora bajo censura y control de sus contenidos.
En medio del apagón cultural, que innegablemente
afecta a San Bernardo, el festival se mantiene con su programación
estrictamente de proyección folklórica y un criollismo que deja fuera cualquier
referencia explícita al movimiento de la Nueva Canción chilena.
Desde fines de la década 70, el régimen impulsa estrategias
de penetración en los sectores populares a través del deporte y la cultura. Estas
apuntan al desarrollo moral, al amor por los símbolos patrios, a promover la
seguridad y unidad nacional, y el uso del tiempo desvinculado de actividades políticas
(Donoso, 2012).
Los municipios, son por entonces el eje de una participación clientelista y
despolitizada de las personas (Valdivia, 2012) y través del festival, se
estimula un folklóre nacionalista, en contradicción con el estreno del nuevo
modelo neoliberal, que estimula el consumo y la adopción de estilos de vida
foráneos.
En la década 80, varios solistas y conjuntos
folklóricos desafían la línea oficial, mostrando realidades sociales en sus
presentaciones, o filtrando alguna canción prohibida, lo que pone al festival
en la mira de la autoridad.
El Festival en el proyecto cultural Concertacionista
Con la llegada de la Concertación por la democracia
al gobierno central en 1990 y al municipio en 1992, renacen las expectativas
respecto al desarrollo de las artes y la cultura. En las dos gestiones del
alcalde Luis Navarro Avilés (PR-PRSD/1992 - 2000) comienza a funcionar la Casa
de la Cultura y en el festival se impulsa la inclusión de artistas de renombre,
de alguna manera ligados al folklóre.
El escenario del anfiteatro municipal recibe a
conjuntos que pertenecieron al movimiento de la nueva canción chilena y el
canto nuevo, que en dictadura estuvieron prohibidos, como Quilapayun, Inti
Illimani, Illapu, etc. Los seguidores de esta música, ven estas actuaciones
como una suerte de acto de justicia y como el inicio de una nueva etapa del
festival donde solo deberían actuar conjuntos de este nivel.
Esto también abre la puerta en los años
posteriores, a grupos como Los tres o Los Jaivas y ya no parece extraño
escuchar guitarras eléctricas como número estelar.
El Festival en el siglo XXI
En la tarea de definir la programación del festival
en el nuevo siglo, se revelan las visiones disimiles acerca de que se entiende
por folklóre, y nuevamente los objetivos se contraponen.
La cultura de la concertación, desde el retorno a
la democracia, propone los baluartes de la música del exilio y resistencia a la
dictadura, en reversiones estilizadas para audiencias masivas.
Sus presentaciones incluyen homenajes a figuras
políticas o a artistas como Neruda, Mistral, Violeta Parra o Víctor Jara. Nuevos exponentes de esta cultura, repiten
esta fórmula, incorporando nuevos ritmos, con mensajes sobre temas ambientales,
o indígenas. Se entiende como folklóre a la fusión latinoamericana
Por su parte la cultura de la derecha política,
promueve la llamada Chilenidad, representada
por clásicos como Los Huasos Quincheros o cantantes de música de raíz
folklórica más estilizada o del neofolklóre, como Ginette Acevedo, Pedro
Messone. También a exponentes de cierta picardía como El Monteaguilino. Se destaca a ballets folklóricos que
presentan símbolos de nacionalidad, donde peón y patrón, mapuche y agricultor
danzan en armonía tras una sola bandera.
En el periodo del alcalde Francisco Miranda Guerrero
(UDI/2000 – 2004) se mantiene la intermitencia de figuras de renombre y el
festival entra al nuevo siglo, con el desafío de replantearse constantemente.
Los shows estelares continúan alternadamente en la
gestión de la alcaldesa Orfelina Bustos (DC/2004 - 2008). Se extiende el
festival a las organizaciones comunitarias, incluyendo stands y un rincón
gastronómico.Se crea una oficina de folklóre.
La continuidad en los convenios con organizaciones
internacionales y el patrocinio de la UNESCO mantienen al festival vigente,
pese a que este no recibe inyección de recursos estatales, ni inclusión en
nuevas políticas culturales que cambien considerablemente su naturaleza.
La función del municipio en el festival se vuelve aún
más protagónica con la llegada de la alcaldesa Nora Cuevas Contreras (UDI/ 2008
- …).
Se crea el departamento de cultura y se fortalece la oficina de
folklóre. El festival se agranda considerablemente con la presencia de más
stands de organizaciones comunitarias, y nuevos espacios en el recinto como un
patio de comidas, rincón cultural (literario) y una feria de manualidades y
artesanía no tradicional.
El programa del festival comienza a incluir más
figuras conocidas y dar espacio a nuevos conjuntos folklóricos de la comuna.
También se orienta cada vez más a un público adulto mayor.
Con la inclusión de orgánicas de folkloristas en el
aparato municipal, se hacen también evidentes las contradicciones entre la
misión del festival y la misión inmediata de un municipio.
Las políticas culturales del municipio apuntan a
eventos masivos, donde el folklore es protagonista. Impone un enfoque ultra conservador
y nostálgico, que trasciende a todas sus actividades.
La presencia de este enfoque en el Festival se
manifiesta por ejemplo en el manejo de temas religiosos: Se da un mayor protagonismo
a una procesión con la figura de la virgen del Carmen, junto a bailes
religiosos.
Aunque la actividad no es una festividad de
religiosidad popular tradicional, es presentada como indivisible del folklóre
de San Bernardo y del festival, asegurando que toda la ciudad se identifica con
ella.
Mientras pueda ser aplaudida por quienes profesan
esta fe, para otros puede ser inadecuado que una actividad cultural organizada
por un municipio de un estado laico, se identifique con una religión
específica. Incluso podría considerarse hasta excluyente y discriminador para
quienes profesan otras religiones (la comuna tiene alta presencia evangélica) o
para la creciente población local que no se declara católica ni creyente.
Sin embargo estas políticas se arraigan sin mayor
cuestionamiento. Ya no parece haber debate sobre el festival, ni defensores de
la nueva canción chilena u opositores férreos a la presencia de artistas
populares, ni orgánicas ciudadanas que velen por un riguroso protagonismo del
folklóre, o por preservar la calidad y autenticidad de feria de artesanía tradicional
o el rincón literario local, entre un mar de nuevos stands.
Con una gestión municipal extendida por tres
períodos, con la aparente conformidad o silencio de las organizaciones de folkloristas
y muchos de los gestores o exponentes del folklore insertos en el municipio, no
parece vislumbrarse otra cosa, que un festival avanzando hacia el espectáculo
misceláneo y un folklóre de esquinazo o show de parrillada, sin substancia ni
rigor investigativo, que lejos de estar despolitizado, evidencia su alto
contenido ideológico.
PRODUCCIÓN COMUNAL
V/S SUPERPRODUCCIÓN
Otras visiones contrapuestas sobre el festival, se
refieren a sus aspectos de producción e impacto nacional.
Producción televisiva millonaria
Por años ha existido el rumor de la posibilidad
cierta o no, de entregarlo a un canal de televisión o productora que lo
posicione a nivel nacional de forma más mediática. Aquello implicaría la
inclusión de grandes auspiciadores, y por cierto un show con artistas de
renombre. Un presupuesto redoblado y externalizado, además de un sinfín de
nuevas posibilidades.
Mientras no se concreta esa superproducción, se procura
modernizar cada año los elementos de sonido e iluminación, con pantallas cada
vez más gigantes, karaoke, escenografías más impactantes, etc.
Festival de pueblo
La búsqueda de una producción más moderna, contrasta
con la producción lograda gracias al trabajo de funcionarios municipales,
grupos de voluntarios, folkloristas y organizaciones locales. Una tradición
heredada del origen, que lo alejaría de ser una superproducción y lo acercaría
a un festival humilde, pero honrado.
El evento también constituye una oportunidad
económica para muchos sanbernardinos y el municipio otorga credenciales y
concesiones para stands de venta de alimentos, artesanía no tradicional,
puestos indígenas, puestos callejeros, patio de comidas, etc. Esta opción
recibe tanto críticas, como aprobación.
La imagen gráfica y publicitaria sin gran
promoción, también habla de un festival hecho en casa. Aunque el imaginario de
la añoranza de un San Bernardo bucólico, que la oficialidad promueve, obliga a recrear
imágenes del recuerdo y construir escenografías con maestranzas, estatuas y
casonas de cartón, tipo “Chilenazo” [4],
que reiteran sobre la reiteración “lo lindo que alguna vez fue San Bernardo”.
EXPERIMENTOS FESTIVALEROS
El festival, en cuanto a su imagen y programación, ha
experimentado algunas innovaciones erráticas, en medio de posturas rígidas o tambaleantes
consensos.
Vienen a la memoria algunas experiencias anteriores
que intentaron innovar con los objetivos del festival, como la inclusión de los
programas extra programáticos del Ministerio de educación en la década 2000.
La presencia de grupos escolares de todo Chile,
convirtieron una versión del festival en un gran acto escolar, haciendo sentir
al público como apoderados que esperan ver el número de sus hijos o nietos y
casi obligadamente deben aplaudir lo que venga. Valorables, pero mal ensayadas
danzas, denotaron la realidad de la educación municipalizada y la creciente
escasez de conjuntos folklóricos a lo largo de Chile.
Invitados casuales:
Otros experimentos han sido la inclusión de todo
tipo de números que vienen invitados por ministerios a eventos de gobierno, con
el patrocinio de embajadas. Así, aprovechando estas visitas y luego de algunas
llamadas, el público ha podido presenciar por el mismo precio, a operas chinas,
ballets rusos, danzas africanas, pianistas, cantantes líricos, etc. Todos de
indudable calidad, pero cuestionable inclusión en una muestra folklórica.
Muñeco gigante:
En los años 90 se incluye la presencia de una
mascota. Un desafortunado muñeco casi gigante de lamentable factura, desfila
por calle Eyzaguirre. Imita a un huaso, formado por una especie de enorme tubo de
confort con manta, que va montado sobre una camioneta. En su extremo superior
una chupalla de recto cartón y sus brazos, dos largas telas. Al girar el tubo,
ambos brazos vuelan, palmoteando al público con sus manos.
Mala vibra
Se cuenta que en una ocasión, la necesidad de
incluir el patrocinio de medios de comunicación, habría llevado a entregar la transmisión
del festival a las radios de un popular locutor, comerciante de pulseras
mágicas, rancheras y buenas vibras. Al impedírsele hablar y promocionar sus
productos en la noche final, el personaje ordenó desconectar sus equipos, e
interrumpiendo la transmisión se fue del estadio.
Pese a estos chascarros, el festival se mantiene a
flote cada año, enfrentando también el impacto de problemas macro que no están
a su alcance, como la escasez de conjuntos folklóricos con permanencia,
recursos y capacidad (alguna vez financiados por empresas estatales, municipios
o universidades).
También la desaparición de grandes valores del
folklóre, la grave extinción de las artesanías tradicionales, el preocupante
desinterés por la cultura en las nuevas generaciones, etc.
Ser la capital del folklóre sin que existan
suficientes políticas nacionales coordinadas para fomentarlo, complica al
festival y a su misión original.
Aun así, mientras persista el espíritu original, es
necesario mantener abierta la posibilidad de opinar y debatir sobre su rumbo,
en un Chile que espera reencontrarse con sus raíces y una comuna que no parece
dispuesta a renunciar a su condición de capital del folklóre.
Referencias:
- González, Juan
Pablo (2011), Posfolklore: raíces y globalización en la música popular chilena.
Revista Arbor, Ciencia, Pensamiento y Cultura. P. Universidad Católica de Chile
septiembre-octubre, 937-946.
- Salazar Soto,
Gabriel (2015). Notas sobre las constantes Políticas sociales en el devenir de
la ciudad de San Bernardo 1821 - 12015) Parte II. San Bernardo, Memoria y
actualidad. Ediciones Casa de la Cultura.
- Valdivia Ortiz de
Zárate, Verónica; Álvarez Vallejos, Rolando; Donoso Fritz, Karen (2012). La
alcaldización de la política. Los municipios en la dictadura pinochetista,
Santiago, LOM Ediciones.
- Donoso Fritz,
Karen (2013). El apagón cultural en Chile: políticas culturales y censura en la
dictadura de Pinochet 1973-1983. Revista Outros Tempos, vol. 10, n.16, 2013 p.
104-129.
[1] Nueva Canción
Chilena: Movimiento musical que
aparece en Chile entre la década 60 y principios de los 70. Busca rescatar
elementos de folklóre chileno, fusionados con elementos latinoamericanos y
líricas de contenido político y social. Sus
principales exponentes son Víctor Jara, Patricio Manns, Isabel Parra, Ángel
Parra, Osvaldo «Gitano» Rodríguez, Tito Fernández, Quilapayún, Inti Illimani,
Illapu, Cuncumén, etc.
[2] Conjuntos de
proyección folklórica: Agrupaciones
formadas por amantes del folklore, que realizan presentaciones musicales y escénicas
del patrimonio folklórico sin fines comerciales, proyectándolo con respeto y
autenticidad y sin deformar su esencia y contenido.
[3] Ballets
Folklóricos: Conjuntos de que realizan
una estilización coreográfica de danzas tradicionales con técnicas del ballet
moderno y otros estilos.
[4] Chilenazo era un programa de televisión dedicado al
folklóre chileno, conducido por Jorge Rencoret y transmitido entre los años 1980
a 1988, por canal 11 de la Universidad de Chile. Su escenografía solía evocar
el frontis de una casa patronal chilena.