sábado, 11 de febrero de 2017

FESTIVAL NACIONAL DEL FOLKLÓRE DE SAN BERNARDO: PASOS DISCORDANTES

PARTE II                                                                                                                                              
                                                                     Por: Mario Celis



POLITIZACIÓN V/S DESPOLITIZACIÓN

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Volviendo a su origen histórico, la mencionada primera discrepancia en cuanto al carácter del naciente festival, comienza al llegar la década de 1970.


El Festival en el Proyecto cultural de la DC
Asentado en Talagante, el festival original se inicia en 1968, impulsado por la desaparecida Oficina de promoción popular, creada en el gobierno del presidente Frei Montalva y la Democracia Cristiana. 
Entonces el Folklóre nacional vive un proceso de desarrollo creciente y nace su primera organización nacional, la Confederación de conjuntos folklóricos.
En su dimensión musical, la llamada Música típica, había dado paso a un folklóre criollísta, y a fines de los años 60 al Neo Folklóre, a los conjuntos de proyección folklórica y al movimiento de la Nueva canción chilena.


El Festival en el Proyecto cultural de la UP
Con el gobierno de la Unidad Popular (1970) se crea un proyecto cultural para el país, que promueve La Nueva Canción chilena[1] y toda música de raíz folklórica con compromiso político. En la época, ya existe un auge de los conjuntos de proyección folklórica[2] y de la música de raíz. Irrumpen también los ballets folklóricos.[3]
La discrepancia surge en el festival de Talagante en 1970 y continúa en 1971 con el quiebre final entre la Confederación folklórica y el gobierno local.
Los folkloristas contrarios a vincular el festival al proyecto político de la UP, trasladan el evento a San Bernardo.


El desacertado planteamiento de creer que toda la creación y tradición folklórica, debiera estar al servicio de un determinado proyecto político, choca con la férrea oposición de quienes creen en un folklore supuestamente despolitizado, que debiera ser cercano al poder y al orden establecido.
¿Folklóre político v/s folklóre apolítico?, ¿Folklóre comunista v/s folklóre patronal? Conocemos muy poco sobre los detalles de ese debate. Cuan irreconciliables eran ambas miradas sobre el folklóre. Pero todo indica que, más allá de lo artístico, la discusión y traslado del festival, fueron reflejo de dos visiones políticas antagónicas, en medio de la agitación del país ese año 1971. 
La primera versión en San Bernardo se concreta en 1972 con mínimos recursos. Con certeza el golpe de estado al año siguiente, y la adaptación del festival a las nuevas disposiciones, influyeron en que el evento se asentara y mantuviera tantos años en San Bernardo, una de las ciudades bastiones del nuevo orden.  

El Festival en la agenda cultural Dictatorial
El evento es acogido en San Bernardo por un gobierno local, cuyo alcalde electo: Fernando Amengual del Campo (PDC /1971 – 1979), se mantiene en su cargo luego del golpe, apoyando la permanencia del festival, ahora bajo censura y control de sus contenidos.
En medio del apagón cultural, que innegablemente afecta a San Bernardo, el festival se mantiene con su programación estrictamente de proyección folklórica y un criollismo que deja fuera cualquier referencia explícita al movimiento de la Nueva Canción chilena.
Desde fines de la década 70, el régimen impulsa estrategias de penetración en los sectores populares a través del deporte y la cultura. Estas apuntan al desarrollo moral, al amor por los símbolos patrios, a promover la seguridad y unidad nacional, y el uso del tiempo desvinculado de actividades políticas (Donoso, 2012).
Los municipios, son por entonces el eje de una participación clientelista y despolitizada de las personas (Valdivia, 2012) y través del festival, se estimula un folklóre nacionalista, en contradicción con el estreno del nuevo modelo neoliberal, que estimula el consumo y la adopción de estilos de vida foráneos.
En la década 80, varios solistas y conjuntos folklóricos desafían la línea oficial, mostrando realidades sociales en sus presentaciones, o filtrando alguna canción prohibida, lo que pone al festival en la mira de la autoridad.

El Festival en el proyecto cultural Concertacionista
Con la llegada de la Concertación por la democracia al gobierno central en 1990 y al municipio en 1992, renacen las expectativas respecto al desarrollo de las artes y la cultura. En las dos gestiones del alcalde Luis Navarro Avilés (PR-PRSD/1992 - 2000) comienza a funcionar la Casa de la Cultura y en el festival se impulsa la inclusión de artistas de renombre, de alguna manera ligados al folklóre.
El escenario del anfiteatro municipal recibe a conjuntos que pertenecieron al movimiento de la nueva canción chilena y el canto nuevo, que en dictadura estuvieron prohibidos, como Quilapayun, Inti Illimani, Illapu, etc. Los seguidores de esta música, ven estas actuaciones como una suerte de acto de justicia y como el inicio de una nueva etapa del festival donde solo deberían actuar conjuntos de este nivel.
Esto también abre la puerta en los años posteriores, a grupos como Los tres o Los Jaivas y ya no parece extraño escuchar guitarras eléctricas como número estelar.

El Festival en el siglo XXI
En la tarea de definir la programación del festival en el nuevo siglo, se revelan las visiones disimiles acerca de que se entiende por folklóre, y nuevamente los objetivos se contraponen.

La cultura de la concertación, desde el retorno a la democracia, propone los baluartes de la música del exilio y resistencia a la dictadura, en reversiones estilizadas para audiencias masivas.
Sus presentaciones incluyen homenajes a figuras políticas o a artistas como Neruda, Mistral, Violeta Parra o Víctor Jara.  Nuevos exponentes de esta cultura, repiten esta fórmula, incorporando nuevos ritmos, con mensajes sobre temas ambientales, o indígenas. Se entiende como folklóre a la fusión latinoamericana

Por su parte la cultura de la derecha política, promueve la llamada Chilenidad, representada por clásicos como Los Huasos Quincheros o cantantes de música de raíz folklórica más estilizada o del neofolklóre, como Ginette Acevedo, Pedro Messone. También a exponentes de cierta picardía como El Monteaguilino.  Se destaca a ballets folklóricos que presentan símbolos de nacionalidad, donde peón y patrón, mapuche y agricultor danzan en armonía tras una sola bandera.
En el periodo del alcalde Francisco Miranda Guerrero (UDI/2000 – 2004) se mantiene la intermitencia de figuras de renombre y el festival entra al nuevo siglo, con el desafío de replantearse constantemente.
Los shows estelares continúan alternadamente en la gestión de la alcaldesa Orfelina Bustos (DC/2004 - 2008). Se extiende el festival a las organizaciones comunitarias, incluyendo stands y un rincón gastronómico.Se crea una oficina de folklóre.
La continuidad en los convenios con organizaciones internacionales y el patrocinio de la UNESCO mantienen al festival vigente, pese a que este no recibe inyección de recursos estatales, ni inclusión en nuevas políticas culturales que cambien considerablemente su naturaleza.

La función del municipio en el festival se vuelve aún más protagónica con la llegada de la alcaldesa Nora Cuevas Contreras (UDI/ 2008 - …).
Se crea el departamento de cultura y se fortalece la oficina de folklóre. El festival se agranda considerablemente con la presencia de más stands de organizaciones comunitarias, y nuevos espacios en el recinto como un patio de comidas, rincón cultural (literario) y una feria de manualidades y artesanía no tradicional.

El programa del festival comienza a incluir más figuras conocidas y dar espacio a nuevos conjuntos folklóricos de la comuna. También se orienta cada vez más a un público adulto mayor.
Con la inclusión de orgánicas de folkloristas en el aparato municipal, se hacen también evidentes las contradicciones entre la misión del festival y la misión inmediata de un municipio.
Las políticas culturales del municipio apuntan a eventos masivos, donde el folklore es protagonista. Impone un enfoque ultra conservador y nostálgico, que trasciende a todas sus actividades.

La presencia de este enfoque en el Festival se manifiesta por ejemplo en el manejo de temas religiosos: Se da un mayor protagonismo a una procesión con la figura de la virgen del Carmen, junto a bailes religiosos.
Aunque la actividad no es una festividad de religiosidad popular tradicional, es presentada como indivisible del folklóre de San Bernardo y del festival, asegurando que toda la ciudad se identifica con ella. 
Mientras pueda ser aplaudida por quienes profesan esta fe, para otros puede ser inadecuado que una actividad cultural organizada por un municipio de un estado laico, se identifique con una religión específica. Incluso podría considerarse hasta excluyente y discriminador para quienes profesan otras religiones (la comuna tiene alta presencia evangélica) o para la creciente población local que no se declara católica ni creyente.
Sin embargo estas políticas se arraigan sin mayor cuestionamiento. Ya no parece haber debate sobre el festival, ni defensores de la nueva canción chilena u opositores férreos a la presencia de artistas populares, ni orgánicas ciudadanas que velen por un riguroso protagonismo del folklóre, o por preservar la calidad y autenticidad de feria de artesanía tradicional o el rincón literario local, entre un mar de nuevos stands. 
Con una gestión municipal extendida por tres períodos, con la aparente conformidad o silencio de las organizaciones de folkloristas y muchos de los gestores o exponentes del folklore insertos en el municipio, no parece vislumbrarse otra cosa, que un festival avanzando hacia el espectáculo misceláneo y un folklóre de esquinazo o show de parrillada, sin substancia ni rigor investigativo, que lejos de estar despolitizado, evidencia su alto contenido ideológico.



PRODUCCIÓN COMUNAL 
V/S SUPERPRODUCCIÓN
Otras visiones contrapuestas sobre el festival, se refieren a sus aspectos de producción e impacto nacional.

Producción televisiva millonaria
Por años ha existido el rumor de la posibilidad cierta o no, de entregarlo a un canal de televisión o productora que lo posicione a nivel nacional de forma más mediática. Aquello implicaría la inclusión de grandes auspiciadores, y por cierto un show con artistas de renombre. Un presupuesto redoblado y externalizado, además de un sinfín de nuevas posibilidades.
Mientras no se concreta esa superproducción, se procura modernizar cada año los elementos de sonido e iluminación, con pantallas cada vez más gigantes, karaoke, escenografías más impactantes, etc.

Festival de pueblo
La búsqueda de una producción más moderna, contrasta con la producción lograda gracias al trabajo de funcionarios municipales, grupos de voluntarios, folkloristas y organizaciones locales. Una tradición heredada del origen, que lo alejaría de ser una superproducción y lo acercaría a un festival humilde, pero honrado.
El evento también constituye una oportunidad económica para muchos sanbernardinos y el municipio otorga credenciales y concesiones para stands de venta de alimentos, artesanía no tradicional, puestos indígenas, puestos callejeros, patio de comidas, etc. Esta opción recibe tanto críticas, como aprobación.
La imagen gráfica y publicitaria sin gran promoción, también habla de un festival hecho en casa. Aunque el imaginario de la añoranza de un San Bernardo bucólico, que la oficialidad promueve, obliga a recrear imágenes del recuerdo y construir escenografías con maestranzas, estatuas y casonas de cartón, tipo “Chilenazo” [4], que reiteran sobre la reiteración “lo lindo que alguna vez fue San Bernardo”.

EXPERIMENTOS FESTIVALEROS
El festival, en cuanto a su imagen y programación, ha experimentado algunas innovaciones erráticas, en medio de posturas rígidas o tambaleantes consensos. 
Vienen a la memoria algunas experiencias anteriores que intentaron innovar con los objetivos del festival, como la inclusión de los programas extra programáticos del Ministerio de educación en la década 2000.
La presencia de grupos escolares de todo Chile, convirtieron una versión del festival en un gran acto escolar, haciendo sentir al público como apoderados que esperan ver el número de sus hijos o nietos y casi obligadamente deben aplaudir lo que venga. Valorables, pero mal ensayadas danzas, denotaron la realidad de la educación municipalizada y la creciente escasez de conjuntos folklóricos a lo largo de Chile.

Invitados casuales:
Otros experimentos han sido la inclusión de todo tipo de números que vienen invitados por ministerios a eventos de gobierno, con el patrocinio de embajadas. Así, aprovechando estas visitas y luego de algunas llamadas, el público ha podido presenciar por el mismo precio, a operas chinas, ballets rusos, danzas africanas, pianistas, cantantes líricos, etc. Todos de indudable calidad, pero cuestionable inclusión en una muestra folklórica.

Muñeco gigante:
En los años 90 se incluye la presencia de una mascota. Un desafortunado muñeco casi gigante de lamentable factura, desfila por calle Eyzaguirre. Imita a un huaso, formado por una especie de enorme tubo de confort con manta, que va montado sobre una camioneta. En su extremo superior una chupalla de recto cartón y sus brazos, dos largas telas. Al girar el tubo, ambos brazos vuelan, palmoteando al público con sus manos.  

Mala vibra
Se cuenta que en una ocasión, la necesidad de incluir el patrocinio de medios de comunicación, habría llevado a entregar la transmisión del festival a las radios de un popular locutor, comerciante de pulseras mágicas, rancheras y buenas vibras. Al impedírsele hablar y promocionar sus productos en la noche final, el personaje ordenó desconectar sus equipos, e interrumpiendo la transmisión se fue del estadio.

Pese a estos chascarros, el festival se mantiene a flote cada año, enfrentando también el impacto de problemas macro que no están a su alcance, como la escasez de conjuntos folklóricos con permanencia, recursos y capacidad (alguna vez financiados por empresas estatales, municipios o universidades).
También la desaparición de grandes valores del folklóre, la grave extinción de las artesanías tradicionales, el preocupante desinterés por la cultura en las nuevas generaciones, etc. 
Ser la capital del folklóre sin que existan suficientes políticas nacionales coordinadas para fomentarlo, complica al festival y a su misión original.
Aun así, mientras persista el espíritu original, es necesario mantener abierta la posibilidad de opinar y debatir sobre su rumbo, en un Chile que espera reencontrarse con sus raíces y una comuna que no parece dispuesta a renunciar a su condición de capital del folklóre.

Referencias:
-  González, Juan Pablo (2011), Posfolklore: raíces y globalización en la música popular chilena. Revista Arbor, Ciencia, Pensamiento y Cultura. P. Universidad Católica de Chile septiembre-octubre, 937-946. 

-    Salazar Soto, Gabriel (2015). Notas sobre las constantes Políticas sociales en el devenir de la ciudad de San Bernardo 1821 - 12015) Parte II. San Bernardo, Memoria y actualidad. Ediciones Casa de la Cultura.

-  Valdivia Ortiz de Zárate, Verónica; Álvarez Vallejos, Rolando; Donoso Fritz, Karen (2012). La alcaldización de la política. Los municipios en la dictadura pinochetista, Santiago, LOM Ediciones.

-    Donoso Fritz, Karen (2013). El apagón cultural en Chile: políticas culturales y censura en la dictadura de Pinochet 1973-1983. Revista Outros Tempos, vol. 10, n.16, 2013 p. 104-129. 







[1] Nueva Canción Chilena: Movimiento musical que aparece en Chile entre la década 60 y principios de los 70. Busca rescatar elementos de folklóre chileno, fusionados con elementos latinoamericanos y líricas de contenido político y social. Sus principales exponentes son Víctor Jara, Patricio Manns, Isabel Parra, Ángel Parra, Osvaldo «Gitano» Rodríguez, Tito Fernández, Quilapayún, Inti Illimani, Illapu, Cuncumén, etc.

[2] Conjuntos de proyección folklórica: Agrupaciones formadas por amantes del folklore, que realizan presentaciones musicales y escénicas del patrimonio folklórico sin fines comerciales, proyectándolo con respeto y autenticidad y sin deformar su esencia y contenido.

[3] Ballets Folklóricos: Conjuntos de que realizan una estilización coreográfica de danzas tradicionales con técnicas del ballet moderno y otros estilos.

[4] Chilenazo era un programa de televisión dedicado al folklóre chileno, conducido por Jorge Rencoret y transmitido entre los años 1980 a 1988, por canal 11 de la Universidad de Chile. Su escenografía solía evocar el frontis de una casa patronal chilena.

domingo, 5 de febrero de 2017

FESTIVAL NACIONAL DEL FOLKLÓRE DE SAN BERNARDO: PASOS DISCORDANTES


PARTE I
                                                                                                Por: Mario Celis

¿Hacia dónde va el festival del Folklóre?, ¿Qué entendemos por folklóre?

El pasado, presente y futuro del Festival del Folklóre en esta mirada no oficial. 

Una versión más del Festival nacional del Folklóre de San Bernardo, genera como cada año, opiniones encontradas acerca de su origen y hacia dónde debería tomar rumbo.
En la prensa ha vuelto a aparecer la polémica con el Festival del huaso del municipio de Olmué. Pugna entre dos gestiones edilicias por la frase Capital del Folklóre. Acuñada desde los inicios del evento sanbernardino y consolidada como slogan comunal.
No son comunas vecinas, ni cercanas en población, territorio o historia, por tanto no existe una autentica rivalidad entre ambas.
Desde San Bernardo se afirma que se trataría de dos festivales muy disimiles. El festival de Olmué tomo la legítima opción de comercializar y adaptar su festival a un formato de show televisivo, pero lamentablemente apropiándose de una frase ajena.
San Bernardo en cambio, asegura mantener aún su compromiso inicial con el desarrollo y difusión del folklóre nacional.


EL ORIGEN 
Y MISIÓN 
DEL FESTIVAL
No son pocos las comunas que hoy, a través de sus municipios, se autoimponen el desafío de ser cuna de tradiciones e identidad nacional. Pero en el caso de San Bernardo, su festival ya venía desde varias décadas atrás, con una misión bien específica: Ser la sede de la muestra anual de lo mejor del folklóre nacional.

El lema Capital del folklóre, se refiere entonces a la capital, como un lugar principal. En este caso, la ciudad donde se concentra cada año, el resumen de la labor realizada en todo el país para preservar y difundir las tradiciones chilenas.
Tradiciones montadas en un escenario, en formato de arte o espectáculo para un público masivo, a través de la llamada Proyección folklórica. Es decir la representación escénica de las costumbres, ritos, leyendas de todas las zonas de Chile, a través del habla, cantos, danzas y poesía. Patrimonio de aproximadamente uno o dos siglos de antigüedad como mínimo.
Con el respectivo vestuario, escenografía e implementos, los conjuntos seleccionados de cada región, estudian, practican y representan escénica y musicalmente estas expresiones. 
No hay un ganador, y los conjuntos reciben una serie de observaciones de un jurado especializado, a fin de reconocer, mejorar sus trabajos y continuar su labor de estudio y preservación de las tradiciones.

Es precisamente la misión de origen del festival sanbernardino, el elemento más importante, que lo diferenciaría de otros festivales de cueca, danzas o de canciones de raíz, y mucho más aún de los festivales de entretención o de música popular veraniegos.

El motivo de su instauración en la comuna el año 1972, no responde a una iniciativa municipal para mejorar el turismo, el comercio, o crear actividades de verano, o promover la labor del municipio (aunque en el futuro estos objetivos serán muy aplicados por las gestiones municipales).
Su génesis, es una estrategia planificada por la Confederación nacional de conjuntos folklóricos, para organizar y regular los certámenes relativos al folklore a nivel local, provincial y nacional (Salazar, 2015). 
Esta idea inicial pretende difundir las expresiones folklóricas y resumir el trabajo sin fines de lucro, de los conjuntos de todo Chile, en una muestra donde solo llegan los mejores, tras selecciones provinciales (y regionales luego de la regionalización).
Cuando San Bernardo adopta el festival, este compromiso se renueva y es asumido por todas sus organizaciones e instituciones, especialmente por su organización folklórica local. 
A través de los años, la vocación folklórica del festival y sus redes por todo Chile, se consolida con un sólido trabajo de estudios folklóricos, investigación, talleres, seminarios, etc.

El festival sanbernardino tiene claro que su mandato original de compromiso con el folklóre, es su mayor potencial. Sin embargo el paso del tiempo hace surgir nuevos formatos, ideas o situaciones, que ponen en duda este compromiso inicial.
¿Cuánto queda hoy de la naturaleza original del festival de San Bernardo?
¿Qué tan lejos está hoy, de igualarse al Festival del huaso de Olmué?

En el debate interno, el festival se ha enfrentado desde siempre, a visiones contrapuestas sobre su misión. Como también a definiciones confusas y hasta contradictorias, sobre que significa el concepto Folklóre y ser la Capital del folklóre en el Chile de hoy, donde todo lo referido a la cultura e identidad, parece haber perdido el interés de las mayorías.
De hecho, la misma elección de San Bernardo como sede del evento, surge de una pugna sobre diferentes miradas del folklóre, con trasfondo ideológico.
Pareciera que desde esa disputa inicial, y pesar de los años, estas visiones vuelven a encontrarse y a contraponerse una y otra vez.
Hoy, la amenaza de que otra comuna se atribuya ser la capital del folklóre, es mínima ante aquellas que los propios sanbernardinos perciben, según sus visiones discrepantes, del presente y futuro del festival.
Estas se refieren, por un lado, al peligro de perder su esencia folklórica y convertirse en un espectáculo más, que reniega de su propia identidad. Por el lado contrario, al riesgo de un festival que podría anclarse en un tradicionalismo anacrónico, sin lograr adaptarse al siglo XXI.
El festival se ve enfrentado a varios caminos posibles. Según decisiones que responden a objetivos folklórico artísticos, en contraposición a decisiones económicas, o político administrativas de la gestión municipal de turno.






PROYECCIÓN FOLKLÓRICA 
V/S SHOW ARTÍSTICO
Algunas visiones discrepantes acerca de lo que el festival debería ser, son las siguientes:[1]

Un Festival únicamente folklórico:
Por un lado está la visión de los amantes de un folklóre serio, de investigación, o pedagógico, que prioriza la mantención de su carácter cultural y educativo, de salvaguarda y difusión de la tradición folklórica. Esta propondría continuar con los cuadros de proyección folklórica como plato principal y como valor integral de todo el festival y sus eventos anexos.
Todo esto implicaría conservar la participación de conjuntos folklóricos seleccionados en cada región, continuar fortaleciendo las organizaciones folklóricas, continuar con un jurado integrado por estudiosos del folklóre, entre otras cosas.
Inevitablemente, exigiría mantener a raya la presencia de cualquier manifestación artística “festivalera”, que pudiera quitar protagonismo al folklóre, o peor aún, desplazarlo por artistas o ritmos de moda.
Aunque esta postura no se opone a los invitados internacionales, la idea es que sean precisamente invitados, a un evento donde predomine el folklore chileno.
Tampoco estaría contra los grupos de danza, ni contra los ballets folklóricos, solo que plantearía que su presencia no copara toda la programación, dando prioridad a los cuadros de proyección, e incluyendo artistas que abordan expresiones de raigambre nacional, como poetas populares, estudiantinas, chinchineros, etc.


Para esta visión más cercana a la tradición, la amenaza mayor es que los cuadros de proyección folklórica pierdan protagonismo tarde o temprano, como sucedió en el Festival de Viña del Mar con la competencia folklórica, minimizada y desplazada por el show internacional.

Un festival internacional
En otro extremo esta la alternativa de tener un Festival Internacional del Folklóre de San Bernardo, considerando el éxito que ha tenido la presencia de conjuntos invitados de otros países, con algunas jornadas con más de un número extranjero.
El programa, tendría la actuación cada jornada de un grupo latinoamericano o de otro continente, exclusivamente folklórico.
El argumento en contra es el alto costo que tendrían los traslados y estadías, que podría evitarse con conjuntos de inmigrantes extranjeros viviendo en Chile, que representarían a sus países.

Un Festival pop:
Más extrema aún, es la idea que demandan quienes preferirían un festival volcado hacia la mayoritaria población de la comuna de estratos más bajos: Un Show artístico segmentado de música popular.
Canciones del recuerdo para adultos y ritmos de moda para jóvenes.
Reggetón, bachata, hip hop, cumbia, reggae o fusiones de todas las anteriores, funcionarían de maravilla junto a baladas, boleros, nueva ola y rock de los 80 y 90.
Si se agregan humoristas, quedaría convertido en un festival de verano que podría fomentar el turismo.
Con una buena “cara de palo” y conservando una mesurada dosis de folklóre, (algún ballet folklórico más destapado, por ejemplo), podría seguir llamándose Festival del folklóre, o bien optar por un nombre más cercano al pueblo, como: “Festival Folclór en guena” o “Sanbeka folclor con todo el flow”.                                                                                         
Acostumbrar al público a este formato actualizado, podría ser solo cosa de tiempo si se ignoran los reclamos.

Un festival multicultural
Aprovechando el fenómeno de inmigración y los residuos de la globalización, no son pocos quienes estarían por un festival del Folklóre multicultural, intercultural, integral, ancestral, diverso y sustentable. Poco importaría si sus contenidos son tradicionales o no. Lo importante sería la libre fusión de los más variados ritmos y culturas, en un afán integrador y terapéutico.
Bajo la creencia de que el folklóre se apolilla en un tradicionalismo anacrónico y poco conectado con el cosmos, nada mejor que refrescarlo con ritmos afro, danzas de la India, danzas folklóricas de Latinoamérica (ojalá fusionadas) y tambores, muchos tambores.
También una gran feria “autogestionada” al aire libre donde todos puedan “tirar el paño”.  
Para estimular la meritocracia, solo los más innovadores tendrían concesiones de restaurants gourmet o food trucks. Asi, el festival podría adoptar un nombre más sofisticado, como “San Bernardo Folk Fest” o “SNBK Traditión land”.
Hippizar el festival de este modo, implicaría tal vez un cambio de conciencia mayor, que solo se podrá lograr una vez que cada uno de nosotros cambiemos por dentro.


Un festival Espectáculo folklórico - misceláneo
La fusión de todas estas visiones disimiles, parece muy inviable en el esquema actual, si suponemos que al privilegiar cualquier show, los conjuntos de proyección quedarían en segundo plano y viceversa.  Sin embargo los organizadores vienen ofreciendo hace ya varios años, una combinación de estos modelos.
Una programación cada vez más miscelánea, que incluye a conjuntos folklóricos (prioritariamente ballets folklóricos, grupos de danzas chilenas y extranjeras, junto a intérpretes clásicos de la canción de raíz folklórica de Chile o Latinoamérica). Los cuadros de proyección y números de folklóre con más investigación, continúan, aunque en franca disminución.
El programa también incluye a figuras invitadas de los más variados estilos musicales, algunos con cierta cercanía al folklóre, otros sin ninguna relación. Artistas conocidos de música del recuerdo, música tropical, rock, baladistas románticos, etc. Estos números, aunque no sean folklóricos, son presentados como el plato fuerte de cada jornada.
Esto crea una segmentación del público, que elige el día para asistir, según el artista estelar de cada noche.



Al parecer la idea es adaptarse a los gustos populares con un espectáculo más entretenido, colorido, con más visualidad, donde abundan los homenajes y lugares comunes. Un show orientado especialmente a un público adulto y adulto mayor.
Se presume que este público necesita y merece pasarlo bien, con contenidos de calidad, pero no muy sesudos.
Se trata de ofrecer folklóre, pero con más entretención, sin mostrar lo “negativo” de Chile como la pobreza campesina, minera o indígena.  Algo más estimulante que la escena de una familia de Achao que toman mate, hablan con acento chilote y hacen el paso escobillado de la pericona.

Ya hay quienes creen que por este camino, inevitablemente el folklore de proyección será arrinconado y finalmente desalojado. En su lugar podrían sobrevivir las expresiones más coreográficas, bajo un concepto de folklóre adaptable y no menos ideologizado.
 











[1] Estas ideas surgen de conversaciones y comentarios triviales recogidos de personas de diferentes edades y estratos sociales de la comuna y alrededores.  El lector puede hacer un sondeo similar, preguntando la opinión a personas de diversos espacios y comprobar que son ideas ciertas, que están en el aire.