domingo, 6 de diciembre de 2015

SUBPRODUCTOS DEL MERCADO MUNICIPAL


Por Jean Catreypan.
De niño acompañe a mis padres y abuelos al Mercado Municipal de San Bernardo. Antes de los grandes y de los pequeños supermercados, antes de las distribuidoras de abarrotes, mucho antes de galerías o persas, y a años luz de los malls, este era el centro comercial y social popular de la ciudad.
Sanbernardinos y gente de las comunidades rurales, visitaba el mercado para surtirse de hierbas, verduras o conservas en El Baratillo (llamado supermercado, pero que era más parecido a un puesto de abarrotes), o a mi lugar favorito: el puesto de cambio de revistas, ubicado en una de las salidas a calle Bulnes. Allí podíamos sumergirnos en el mundo del Pato Donald, Tio Rico, Kaliman, Sandokan, Bugs Bunny, Tarzán mientras mi madre escogía números de Paula, Vanidades, Rosita, etc.
En el galpón interior, la luz se filtraba desde los altos ventanales hacia los claveles y rosas, o entre las hortalizas o frutas de estación. En el patio, varias marisquerías, nos acercaban a las delicias de la costa. Sobre esta estructura de concreto se apoyaban algunos músicos de rancheras o boleros, o algún pelusita o borrachito que hacía sonar un cacho o una peineta.


Alrededor se ordenaban las carnicerías, con sus cortinas de tiras de colores y sus llamativos letreros y pizarras, que anunciaban las ofertas del día en subproductos. En una época en que la carne era un lujo, estos cortes, más económicos y muy arraigados en la dieta popular, eran de consumo frecuente.
Mis tíos tenían una de esas carnicerías especializadas en subproductos, tras esa actividad estaba el enorme conocimiento del mundo de los matarifes, cargadores y carniceros del barrio Franklin, pero que también tuvo un pasado en San Bernardo, en la antigua recova de calles Eyzaguirre y Covadonga y en el matadero ubicado a principios del siglo XX, en lo que hoy es la esquina de América y Colón. 

En los hogares sanbernardinos era común el consumo de chunchules, patas, mollejas, orejas, etc. Durante la crisis económica de los 80 estos subproductos se convirtieron en suplementos proteicos de muchas familias.

Trabajadores ferroviarios, industriales y campesinos acostumbraban a realizar cocimientos de subproductos o parrillas con longanizas y prietas producidas en el mismo mercado, que se acompañaban de un buen chuico de tinto traido de los cercanos valles del Maipo.

Nunca pude olvidar cuando explorando en la carnicería oí un extraño zumbido y por curiosidad de niño de 6 años abrí una puesta trasera y vi una imagen chocante e inolvidable. Uno de mis tíos vestía una pechera blanca empapada en sangre con una sierra eléctrica en su mano, mientras en el piso la cabeza cercenada de una vaca me miraba con ojos fijos. Mi tío al ver mi rostro de espanto, gritó ¡salga de aquí mijo! cierre la puerta! y llamo inmediatamente a mis padres.  


Pese a esa experiencia, los subproductos que han quedado en mi de ese mercado, son gratos recuerdos de un lugar lleno de vida, colores y aromas, que aún permanece, como anciano inmovil, postergado por la modernidad.

CANTO A LO POETA EN ACULEO


El Canto a lo Poeta es una tradición chilena, propia de la zona central, que tiene también exponentes en la provincia de Maipo. Entre las décadas 80 y 2000, sus cultores, que no superan la docena, mantienen aún viva la práctica de este arte en la zona de Aculeo, comuna de Paine.
El Canto a lo Poeta se divide en dos expresiones: El canto a lo divino y canto a lo humano. La primera se refiere a la espiritualidad y religiosidad popular, a través de versos que relatan e interpretan las escrituras bíblicas. 
Mientras que el canto a lo humano, con pocos exponentes hoy en día, expresa lo sucedido a las personas comunes o héroes de la nación, episodios históricos, leyendas, relatos, noticias de actualidad, etc.  Se caracteriza por el uso abundante del ingenio y la sabiduría popular.

La Agrupación de Cultores, Cantares y Tradiciones de Aculéo es una organización formada en 2004, por exponentes del canto a lo poeta de la zona.
El objetivo de la agrupación es preservar y mantener viva esta tradición, valorando a los cultores locales.
Uno de ellos es el fallecido cantor José Orlando Rodríguez, quien  impulsa su formación, junto a cantores y habitantes de las localidades de Peralillo, Los Hornos, Rangue y Pintué.

Al poco tiempo contaran con el apoyo de  la I. Municipalidad de Paine y las parroquias, escuelas y vecinos de Aculéo. En la siguiente década lograran organizar encuentros de cantores con adjudicándose proyectos FONDART del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes.  

FIRULETE, LA ETERNA CREATIVIDAD DE UN SANBERNARDINO.




JORGE ROMERO “FIRULETE”     
1929 – 2015.   
Jorge Romero Donoso deja este mundo en Noviembre de 2015. Es uno de los más destacados humoristas y comediantes chilenos. Su influencia como cuenta chistes, creador, intérprete de personajes y realizador de  libretos de radio y televisión, radica en su uso consecuente del humor blanco y en la creatividad en el uso de giros lingüísticos chilenos, en libretos de su autoría.
En su vasta trayectoria en Chile desde 1969, destaca principalmente por sus personajes y sus “Telechácharas”.

En la memoria de la gente han quedado personajes como  El Pollito (un niño de cándida inocencia), Firulete (Un chileno medio, de contagiosa risa, que hace juegos de palabras y se ríe hasta de el mismo),  Pepe Pato (José Patricio, un chileno de clase alta o que aparenta serlo, de hablar modulado y siútico, que en el futuro será emulado por muchos humoristas, como el prototipo del High, el paltón o el cuico).

Por largos años, Jorge Romero fue vecino de San Bernardo en su casa cercana a la estación de ferrocarriles, pero se le veía poco, ya que se encerraba largas horas en su habitación - estudio para escribir. Nadie, ni su familia, podía molestarlo. Terminaba un libreto diferente cada día, para sus programas o actuaciones. El resultado podía escucharse cada  mediodía en radio Portales AM, en su programa La Bandita de Firulete, un clásico radial de los años 70.

En 1979 llega al Festival Internacional de Viña del Mar. En una sobria actuación, cuenta chistes con la voz de sus personajes. No requiere de disfraces, ni apoyo audiovisual, ni bailarines, para conquistar al público y obtener Gaviota de Plata, en el mayor reconocimiento a su trayectoria.

A finales de la década 70 y comienzos de los 80, populariza en el programa de televisión Vamos a ver con Raúl Matas, el espacio Las Telechácharas. Allí Firulete aparece en primer plano dentro del marco de un televisor de la época, en un dialogo ficticio con personajes del cine y la TV, en un collage hecho con recortes de video tapes de películas, series o programas de TV.
Participa también en los programas de TV: El Festival de la Una (Televisión nacional de Chile, 1985), Mediomundo y Una vez más (canal 13 Universidad Católica, 1990 -1992),
En una época de implacable censura en los medios, Firulete se las ingenia para crear libretos que rompen la solemnidad  de los programas de etiqueta como el de Raúl Matas,  utilizando un léxico y acento popular, junto con chistes de tono familiar, no exentos de una mirada aguda sobre los chilenos.

Creatividad de nuestra ciudad, convertida en el humor de todo un país y que trasciende el tiempo.
Las telechacharas, ver video:  https://www.youtube.com/watch?v=jokBtbZbwCQ


miércoles, 18 de noviembre de 2015

Memoria desactualizada





Mario Celis
Tras un par de meses transcurridos desde el lanzamiento del libro San Bernardo Memoria y actualidad, editado en Agosto 2015 por el Departamento de Cultura y turismo de la Municipalidad de San Bernardo, el análisis esta publicación se ha convertido en un buen motivo para hacer reflexiones y expresar opinión sobre la cultura local. 

Con innegable empeño, la actual administración comunal, se ha propuesto revalorar elementos de la cultura local, que en otros periodos no tuvieron muchas acciones concretas. 

Pero ese anhelo, se extravía en otros objetivos, lejanos a la búsqueda de creación y desarrollo cultural. 
Es en aquel cumulo de conceptos, de frases, donde radica el problema de esta concepción municipal de la cultura, que hemos explicado en otros artículos.
El discurso cultural local, al estar subordinado a la agenda político - administrativa y a una construcción simbólica anacrónica sobre la identidad, repite afirmaciones, que se enredan en sus propios supuestos. Tras el cerrojo de un puritanismo normativo y un afán por la masividad, la identidad cultural que se nos presenta, paradójicamente impide conocer las profundidades de nuestras identidades, los matices de nuestro pasado y nuestra realidad actual como ciudad.



EL AYER, TAN LEJOS DEL HOY


Pero, para entender mejor, vamos a la publicación en cuestión: Partamos por valorar la excelente edición en papel couché. Su brillantez ayuda a mitigar el tema de las erratas, los errores de digitación, ortografía o la corrección de estilo, que ya constituyen un clásico de estas ediciones, frecuentemente apremiadas por la prisa.
El libro parte con un prólogo, (Págs. 7 y 8) lleno de llamativas afirmaciones, que lo definen como fruto una metodología de investigación, anunciando ser una radiografía, que “muestra una representación real de la ciudad”, con “mayor grado de objetividad” y “criterios amplios e integradores”. 
La idea central seria conjugar el pasado con lo contemporáneo (idea que me suena familiar). Se menciona una “disciplina historiográfica de reciente creación; la del tiempo de hoy” (?). 

Particular marco teórico para un proyecto gestado bajo cierto silencio y que sorpresivamente, se propone unir la acostumbrada añoranza por el apacible pueblito de antaño, con la riesgosa jungla del San Bernardo de hoy. 
Pero aquí no es esperable la unión de lo antiguo con tendencias artísticas nuevas, o la multiculturalidad de hoy. 
Conocida es la distancia que ha tenido la cultura municipal frente a la cultura de estilos actuales, o el arte que refleja problemáticas de nuestra época. 
Si hasta expresiones hoy tan longevas como el rock, el hip hop periférico, la instalación, o el teatro popular, parecieran ser demasiado nuevas o “coléricas” para este enfoque. 
En este imaginario cultural de casona patronal, con pretensiones versallescas, el calce con el término “contemporáneo”, se ve muy difícil.

En la introducción se intenta esbozar un concepto de identidad. En un arranque de intelectualidad se cita al sociólogo Manuel Castells, que da protagonismo a la ciudadanía como constructora o negociadora de identidad frente a las instituciones. Veremos luego, lo lejana que esta esta cita, del concepto de identidad que guía este libro. 


HISTORIOGRAFÍAS DEL SAN BERNARDO OFICIAL
En páginas de diferente color, se incluyen dos textos sobre historia de la ciudad, ambos divididos en dos partes, que podrían haber sido perfectamente todo el libro. 

Inicia la revisión histórica un texto del investigador local Gabriel Salazar Soto: Notas sobre las constantes políticas sociales en el devenir de la ciudad de San Bernardo (1821 – 2015), 

Este texto presenta episodios novedosos, con lograda precisión en la mayoría de los datos, según un buen número de fuentes. El aporte de esta y otras investigaciones de Salazar Soto, constituyen un avance en la historiografía comunal, al entregar una visión más amplia de la ciudad, ubicándola en diferentes contextos del país.
No obstante, la falta de revisión rigurosa de la redacción, deja pasar imprecisiones de estilo, que dañan la consistencia del texto y hacen dudar sobre la objetividad prometida en el prólogo. 

El uso de términos como “extremistas” (Pág. 65), o el eufemismo “gobierno central”, denotan un lenguaje, que carga con algunos resabios de épocas oscuras para la cultura. Intencional o no, la tendencia continua, al leer párrafos como: “Durante la UP San Bernardo se vio afectado por las políticas de abastecimiento” “Las JAP abastecían y monopolizaban los bienes de consumo…


¿Cómo puede formarse una opinión un lector joven, sobre si el tema del desabastecimiento en San Bernardo era una política de la UP o un efecto del acaparamiento y especulación? 


Incluir un tema tan controversial requeriría cierta mínima neutralidad y evitar frases tan obsoletamente tendenciosas. Sobre todo porque a estas alturas, está suficientemente claro que la demonización de las JAP y las colas, eran parte de la creatividad de Dinacos en la TV de los 70 y 80 (como el inexistente “Plan Z”, los numerosos falsos “enfrentamientos”, o la virgen de Peñablanca).

De cualquier forma, la mención del mercado municipal se agradece, ya que deja al descubierto un vacío de información y análisis histórico, que por años ha afectado a uno de los elefantes blancos de la ciudad. Sobre su auge y las causas reales de su abandono y decadencia, sucesivas administraciones tendrían mucho que contar. 
Cabe preguntarse: ¿Cuál es el carácter de este libro? ¿Será este un libro de visión ideológica?



Es muy probable que el autor del texto no tenga ninguna intención de dar una tendencia política a este, ni otros temas. Sin embargo el texto queda cubierto por la niebla de las diferentes finalidades que constituyen el total del libro, donde se percibe una visión o tendencia (más a la diestra, por cierto) –-. Y aunque esta visión – intencionada o no – pudiera ser en este caso poco clara o denotar inconsistencias, es el balcón desde el cual el municipio mira la ciudad y la cultura.


El segundo texto es del reconocido historiador local Raúl Besoaín, titulado: La cultura en San Bernardo desde 1980 hasta hoy. 
Demostrando su experiencia en la precisión de datos y uso del lenguaje, el autor nos presenta un registro actualizado, sobre algunos de los más recientes artistas y centros culturales. 
Señalando que en estos últimos períodos habría existido una actividad cultural incesante, a diferencia del resto del país, recalca que la ciudad no habría sentido el apagón cultural. 
Esta afirmación, que podría abrir un interesante debate, se sustentaría con la ordenada enumeración de varios nombres destacados, principalmente habitantes del centro, en disciplinas de las bellas artes. 

Esta mirada no se propone ahondar en la relación de estos nombres entre sí, ni con los movimientos o contextos político - sociales en que se insertan, sino presentarlos de forma didáctica como baluartes de la ciudad, que precisan reconocimiento.
La valoración de estos artistas y entidades, parece estar en su origen sanbernardino, su capacidad para desarrollar su arte, habiendo nacido en la comuna y trascender al nivel nacional o internacional. 

Es de justicia recalcar que estos dos textos, aunque se muestren alineados en la lógica oficial, son trabajos de autor, que avanzan en la búsqueda de cierta mirada de actualidad, evitando quedarse en la simple efeméride. También emplean mayor rigurosidad.
Aunque no es fácil para estas miradas, demostrar que no están condicionadas a determinados discursos, todo eso los sitúa con un pie afuera de la acostumbrada cultura oficial.



Su aporte debe analizarse como independiente de esta edición y entenderse como parte de la base historiográfica de la ciudad. A la espera de que estas miradas puedan ser profundizadas y actualizadas por otros nuevos trabajos.

Por ahora y en este caso, la responsabilidad por cualquier imprecisión, falencia teórica, prolijidad y coherencia de ambos textos con el libro, como del resto de sus páginas, recaen mayormente en el editor, quien tiene la decisión final sobre del original que va a impresión.



EL MITO DE LA CIUDAD SITIADA


Volvamos a la visión desde el balcón de la que hablábamos. Esta visión resurge al mencionar un tema clave en la comprensión de la actualidad, que en uno de los textos queda bastante confuso: El fenómeno del crecimiento de población de la ciudad (Págs. 66, 67).

Se habla de “el arribo de campamentos” sin precisar el carácter obligatorio de las “erradicaciones” y pasando por alto la política de subsidios habitacionales, incrementada en el período democrático. 

Este proceso es quizá, el centro de la mitología esgrimida por este concepto de identidad cultural del pasado dorado: La llegada “voluntaria” de una masa pobre, que un día irrumpe, cual horda de barbaros en el pueblo apacible y culto. Como si San Bernardo hubiese sido una especie de Florencia republicana, cuyos barrios históricos habrían quedado rodeados por los recién llegados. Ellos habrían traído la incultura y la delincuencia. Incluso se les atribuiría la destrucción del patrimonio arquitectónico.

Todo esto durante más de tres décadas, sin que las autoridades se enteraran, ni pudieran evitarlo.
Pero gracias al rescate de la memoria y de la identidad de las antiguas familias, y gracias al aparato asistencial, la ciudad habría sobrevivido. Según esta lógica, hoy los barbaros sin identidad, mantenidos a raya, tendrían la posibilidad de educarse, integrarse, aprender de la historia del centro, adoptarla como propia y convertirse tal vez, en verdaderos sanbernardinos.




IDENTIDAD MULTIPROPOSITO
Avanzando en las páginas nos encontramos con la descripción de lugares, arquitectura e instituciones como una misma cosa, que nos hacen preguntarnos ¿Por qué están incluidos en un libro de cultura local, los regimientos, las comisarías, los centros de salud, las compañías de bomberos, las escuelas, las iglesias? ¿Por qué tienen una reseña con fotografía, mientras que sobre los centros culturales, apenas se mencionan unos cuantos en tres décadas? 
¿Qué ocurrió con la cultura, con el arte, con los movimientos artísticos locales en todos estos años? 
Entendiendo qué la mayor parte de estos lugares no son, ni han sido focos de cultura. ¿O lo son? Pero y ¿Cómo? 
La anunciada investigación no debería explicarnos ¿de qué manera una piscina es un espacio de cultura? o ¿Cómo se refleja la identidad en una pista de bici cross? 
Si no es posible explicar hechos clave, como la demolición del Seminario San Clemente, ¿no debería al menos, no incluir interpretaciones parciales?, como afirmar que fue a causa de una decisión de la propia congregación (Pág. 91), obviando las razones, y a quienes ejercieron las presiones y decretaron la medida.

Ya cruzando la mitad del libro, queda claro que no tendremos claridad sobre lo que estamos conociendo, ni sabremos los por qué, ni los aciertos o errores, auges o vacíos de la cultura local. 
Pero si entenderemos que el concepto de identidad que se maneja, es bastante elástico, multipropósito. Si la identidad es todo lo que somos, todo lo que hacemos, todo lo que vemos, ¿será un error vincular la identidad a la cultura? 

“Es que la cultura es todo” se ha escuchado decir a algunas voces locales. Según esto la identidad también sería todo, o cualquier cosa.
Pero si así fuera, ¿no debieron incluirse en este libro, algunas fotos del mall o de nuevos proyectos inmobiliarios, algunas bandas de asaltantes o mecheros (para muchos, lo más típicamente sanbernardino), fotos de árboles talados, o la señora que arrojó el carro de compras a los guardias del supermercado?

No, porque aunque la cultura abarca todo y desde una mirada antropológica todos nacemos en una cultura, sea que lleguemos a dominar el latín o seamos analfabetos toda la vida. Es decir, nuestra cultura puede ser la riqueza, o la escasez cultural del medio. 
Pero para efectos de la producción, estimulo o desarrollo de la cultura desde las entidades dedicadas a ello, no todo puede ser presentado como cultura, ni como identidad (por suerte).



La mayoría concuerda en que la cultura que se debería fomentar es aquella riqueza que queremos entregar a los niños, aquella que nos ayude a mejorar como sociedad, que fomente la curiosidad, el sentido crítico, la creatividad, etc.

Sin embargo, esto no significa que esta selección de contenidos culturales se transforme en exclusión o censura. Ninguna instancia con poder puede decidir antojadizamente que cosas corresponden o no al orgullo comunal, o cual es “cultura positiva para la comunidad” y cual no. 
A menudo se esgrime el argumento de que no es bueno mostrar lo negativo de la comuna, sino “aquello de lo cual nos sentimos orgullosos”.

Aquí es donde se produce el problema, cuando se cree que para alejar lo negativo (pobreza, delincuencia, ignorancia) se debe fomentar únicamente una cultura que añora el tiempo cuando nada de eso existía, una cultura del discurso dominante, una cultura de salón, de internado, de estatuas, y de huaso elegante… O por el contrario, regalar decadencia, espectáculo fácil con enormes parlantes.

Se crea esta ecuación: 

Cultura = Bienestar / Pasado………………….....................Incultura = Pobreza /Hoy.

Cultura = Barrios históricos/ Pasado…………………………………Incultura = Periferia/ Hoy.

Cultura= Lo clásico, lo sacro, lo folklórico criollísta, lo oficial. / Pasado
No cultura = El Arte Contemporáneo, Lo diverso (subculturas urbano periféricas, subculturas rurales, culturas inmigrantes, nuevas tendencias artísticas, medios e internet, etc.). / Hoy.

Esta lógica niega expresiones valiosas, niega las contradicciones, todo aquello considerado conflictivo, incomodo. Niega los porqués, niega lo social, toda la “periferia”, es decir casi toda la comuna, la comuna real y profunda. 
A cambio se nos ofrece entretención controlada, con la aspiración de acceder a las artes clásicas. O la añoranza de un pasado mejor, encarnada en ruinas sin vida. Se nos cuenta la parte linda de la historia, se nos pasea por calles arboladas que no denoten pobreza, o donde esta se vea teñida en colores sepia.

Volviendo la mirada al libro, comenzamos a pensar: ¿No será este un libro de fomento del TURÍSMO?
En el turismo se suele mostrar los mejores barrios y evitar los márgenes. Esto tal vez explicaría la ausencia en estas páginas, de la historiografía cultural de las zonas “periféricas”.


IDENTIDAD PARA NUEVOS SANBERNARDINOS
Pero el libro hace menos hincapié en el turismo y más en la identidad. Entonces si este no es un libro ni de ideología, ni de cultura, ni de turismo, ¿Será más bien un libro de IDENTIDAD?


Pareciera ser cierto que la identidad local no existe más allá de los límites del “San Bernardo antiguo”, solo pertenecería a ciertas familias, “antiguas familias sanbernardinas” o solo a los artistas que destinaron su obra a describir el bucólico paisaje semi rural, aristocrático o la nostalgia del desarrollismo industrial. Utopías que la gran mayoría no alcanzó a disfrutar.




El párrafo final de la contraportada deja muy clara esta visión: …un llamado a los “nuevos sanbernardinos” para que conozcan lo que fuimos y lo que somos. Solo de este modo se fortalece el arraigo, se fortalece el apego a una ciudad… “

El concepto de identidad única y totalizante, muestra aquella dimensión segregadora, que como hemos dicho, se ha instalado en nuestra ciudad.
No estamos frente a una “memoria colectiva”, sino frente a una “memoria selectiva”.

Conocer, apreciar y preservar lo antiguo, sería – según esta visión - el único modo en que los supuestos nuevos vecinos se integraran a la ciudad, que supuestamente no construyeron, ni les pertenece del todo. Son ellos, la mayoría, quienes deben integrarse a la minoría, aún hoy, a más de cuatro décadas de su llegada. 
Esta integración significa adoptar un modelo predefinido de cultura; la cultura comunal, donde las expresiones de arte también vienen formateadas en cierto criollismo o ciertas Bellas artes.
La adaptación, la experimentación, la creación, de cultura y arte propios, no se presentan como opciones para el “nuevo sanbernardino”. Su aporte esta negado, su producción cultural menospreciada.

Es decir, no constituye identidad su mirada como habitante urbano de villa Serviu, como inmigrante o sanbernardino de segunda o tercera generación, crecido en la modernidad, en la expansión urbana, en la tecnología digital. Nada de esto es considerado como parte fundamental de la cultura comunal. Tampoco cualquier expresión artística que hable de esto. Menos su bagaje identitario anterior; el de aquella familia que en los años 90, postuló a casa y emigro desde el interior de alguna región, o desde el todavía rural Puente Alto, por ejemplo. Ni pensar cuán difícil será la integración para un inmigrante extranjero, ¿Qué valor tendrá su carga cultural anterior, si no logra “sanbernardizarse”? 

Pero, extrañamente los exponentes del arte y la cultura municipal, se ven poco en este libro. En su lugar aparecen las recientes obras públicas y las instancias ligadas a la actual gestión municipal y especialmente a la Corporación de Educación y salud. 
Se cuida que ninguna instancia oficial quede fuera, aunque signifique omitir al grueso de los protagonistas de la cultura, que por cierto son más de una docena y nos faltarían páginas para describirlos. 
¿Podríamos entender entonces que se trata de un libro de Relaciones Públicas municipales? 

NADIE SABE PARA QUIEN TRABAJA
Me es imposible no señalar, que fui invitado por la Casa de la Cultura, para participar de la parte del libro referida a la historia de la cultura local. 


Ya había tenido la experiencia de aportar corrigiendo los textos del libro Artistas de San Bernardo Tomo I. Pero en esta ocasión, se trataba de un libro que describía la gestión municipal en cultura. Por lo tanto preferí abstenerme de participar, ya que esa función, les corresponde a quienes trabajan allí y/o a quienes se sienten identificados con esa línea. 

Pero principalmente mi abstención se debió a que me encontraba realizando una investigación, precisamente sobre el mismo tema a nivel provincial. 
Como mi trabajo intenta lograr una mirada crítica y neutral, con datos contrastados y rigurosos, era contraproducente escribir paralelamente otros textos en un libro que apuntaba a mostrar una sola visión. 

En la oportunidad (fines del año 2014), explique estas razones al editor del libro Yuri Pérez, en un email y una reunión personal en la entrada de la biblioteca pública. Allí también de buena fe, comente los avances de mi investigación y mis impresiones respecto a la cultura local.

Pero curiosamente, luego de esa reunión, no tuve más noticias de ese libro. Meses más tarde lo vería ya editado, con varias de las ideas de formato y contenido de mi investigación. Estas eran: La separación en capítulos temáticos; el ordenamiento en reseñas separadas y breves de lugares, instituciones, etc.; el uso de datos duros y rigurosos como nombres, fechas, ubicación; la intención del énfasis en lo contemporáneo, partiendo desde la década 80, etc. 
Algo de mi material aparece en las páginas 100 y 101, con la cita correspondiente, pero otros datos de mi trabajo, que completan la página, no están citados.

Sé que no es posible probar estas “coincidencias”, sobretodo porque mi anterior texto permanece inédito. Puede ser cierto también que las ideas no son de nadie. Pero si es reprochable, cuando estas son desvirtuadas y desprovistas de su espíritu original para otros fines. Solo puedo exponer esta situación y lejos de ser una queja, es una oportunidad para cuestionar de fondo una verdad que parece ser la única posible. 


GATO POR LIEBRE
Desde un principio este no era un libro de investigación, ni de análisis, ni de cuestionamientos respecto al desarrollo cultural. Su objetivo principal era mostrar aquello considerado como lo mejor de la comuna y las obras del gobierno comunal, y tal vez de paso fomentar el turismo y la identidad, a lo que se agregó la promoción de la gestión edilicia en otras áreas.
Ningún texto así, requiere de una profunda investigación, ni ser riguroso en los datos históricos, ni en la interpretación de estos. Pues, la neutralidad y el contraste de varias fuentes confiables, son para trabajos situados desde otra acera.
Tampoco necesita cuestionar los supuestos, pues estos, como el concepto de identidad y la noción de cultura o de arte, para la visión municipal ya están pre definidos. 
Todo esto es perfectamente válido, si se presenta explícitamente, incluso si este fuera derechamente un libro de Marketing municipal, sería una opción. 

Pero aquí se nos quiso presentar como otra cosa, como varias cosas, demasiadas cosas simultáneas. 
Tal vez habría sido posible lograr una cierta objetividad, dando libertad a la expresión de diferentes miradas. O lograr cierta coherencia, repensando un camino claro. Habría sido posible acercarse a lo contemporáneo, con un trabajo previo. O fundamentar lo que se entiende por Identidad, con apoyo teórico, etc.

Pero todo esto requiere renunciar, parcialmente al menos, a objetivos de marketing o relaciones públicas. Superar la mirada conservadora, anacrónica de la cultura. Dejar atrás el “cosismo”, el “eventismo”, entender al patrimonialismo como parte y no como toda la identidad. Poner la política, la gestión, al servicio de la cultura y no al revés, en fin, requiere de un proyecto cultural serio y social. 
Añadir leyenda


UN BUEN USO DEL LIBRO

Otras críticas de artistas locales al contenido de este libro, han subrayado su desactualizada visión del panorama artístico comunal, la exclusión de varios nombres importantes y la obsesión por una cultura que pertenecería a las familias del San Bernardo antiguo. Incluso, en Septiembre pasado, se sugería usar el libro como combustible para el asado dieciochero.

Aunque comparto esas observaciones, creo que apenas estamos percibiendo los síntomas de un síndrome mayor; la cooptación de creadores y centros culturales para girar en torno a la cultura de la añoranza, estancando así la creación artística y el desarrollo y expansión de expresiones culturales. 

Reconozco haberme sentido tentado de darle utilidad al libro, avivando las llamas de mi parrilla con esta gordita edición, generosa en aire, que tal vez, hubiese exorcizado mis sospechas de plagio y mi tendencia a dudar de nuestra identidad.

Pero creo que un esfuerzo como este, merece un mejor destino: Por ejemplo como libro de autoayuda. Para aquellos momentos de incertidumbre, cuando nuestra comuna nos parezca una favela, cuando necesitemos un poco de esperanza, humor y fantasía, las brillantes páginas de Memoria y Actualidad, podrían iluminar nuestra debilitada fe. 
Pero su mayor utilidad hoy, es como material de reflexión para autoridades, candidatos, funcionarios, gestores y artistas, sobre lo que no se debe hacer en políticas culturales.




MEJOR HAGAMOS UN BUEN DEBATE

Es sabido que como yo, muchos artistas locales, no compartimos la visión, ni la orientación de las políticas municipales en cultura, ni nos corresponde aportar para corregirla, sino para construir un proyecto nuevo y apropiado a la gente y los tiempos.
Pero esta convicción no responde a intenciones personalistas, electoreras o destructivas, sino al contrario. Todo actor de la cultura tiene responsabilidad no solo con su obra, sino también con el desarrollo cultural local.
Es sano preguntarse, cuál es actualmente el rol de los artistas y gestores locales. ¿Todos están comprometidos con este tipo de cultura, o solo no se han detenido a reflexionar el tema?

Quienes frecuentan los espacios oficiales ¿se identifican totalmente con esta visión hegemónica, o solo la siguen por compromiso, comodidad, falta de audacia, o poca reflexión?

Aquellos que trabajan en el municipio o instancias estatales ¿Pueden expresar su opinión crítica o deben asimilar este enfoque como propio y a tiempo completo?
Y quienes no participan en estas instancias ¿Contrarrestan este discurso con alguna propuesta o solo repiten la misma historia?
Así, este estado de cosas, facilita que muchos (as), quiéranlo o no, con pie derecho o pie izquierdo, terminen bailando la almidonada mazurca de la identidad oficialista. 

Es evidente que existe dificultad para hacerse preguntas acerca de que cultura estamos haciendo y por qué. Por eso es importante abrir y enriquecer el debate, no solo respecto al libro en particular, sino a propósito del mismo, y lo que implica esta visión de la cultura local, que con recursos públicos se transmite a través de este y otros medios.


El tema no es si el contenido de San Bernardo Memoria y actualidad, trascenderá o no como material de análisis, o de consulta. Sino cual es la visión de cultura que lo sustenta.

Cuáles son las políticas que surgen de esta visión. Cual el camino que los creadores han tomado.


Abrir estas reflexiones es necesario y urgente, en una ciudad que produce arte y cultura a montones, pero aun así, vive una profunda crisis cultural.


sábado, 3 de octubre de 2015

El verdadero 18 chico en el Cerro Chena. La diferencia entre rememorar y resucitar una tradición


Por Mario Celis V.

Para rememorar la festividad tradicional del 18 chico, realizada desde los años 50 a los 80, en los cerros de Chena de San Bernardo, es creada esta actividad en el año 2010.
Es el primer periodo de gestión de la alcaldesa Nora Cuevas y el municipio sanbernardino se propone recuperar tradiciones perdidas.  Ese año se realiza una primera versión con los clubes de adultos mayores, en la planicie del Parque Metropolitano Sur.  Se trata más bien de un homenaje a esta tradición, a través de algunos stands y un show folclórico.
Los años siguientes la actividad sigue teniendo un formato de evento municipal.  Incluye a más organizaciones vecinales con stands de comida típica, además de juegos criollos y música folclórica en un escenario único.

Sin embargo, las publicaciones municipales declaran la recuperación de la fiesta original.  En el periódico municipal El sanbernardino Nº 22 de 2014, se afirma en su artículo El 18 chico en San Bernardo, un espacio de sociabilidad de los cerros de Chena, que “esta actividad se restauró el año 2010”. Misma aseveración se repite en otras publicaciones y en discursos oficiales.


Pero revivir o dar continuidad a la fiesta, implica reproducir o al menos acercarse a su naturaleza original, cosa que en este caso, solo se aproxima remotamente a sus inicios como paseo de los obreros maestrancinos (Década 50), donde imperaba la espontaneidad popular, muy lejana a su actual esquema de evento oficial, en torno a un escenario central.
Muy pronto esta fiesta crecerá hasta volverse popular y masiva. Su mayor auge es en las décadas siguientes, a la par del desarrollo de las orquestas de música folclórica y tropical y de los empresarios de fondas.

Lo cierto es que resulta irreal igualar o acercarse a las enormes dimensiones, el contexto y el especial formato de estas versiones originales.
La afirmación de que se estaría continuando o “reviviendo” la tradición del 18 chico, desvirtúa nuestra memoria histórica y aleja a las nuevas generaciones de todo conocimiento verídico sobre la importancia y magnitud que tuvo esta fiesta.
No es posible comparar los actuales stands de toldos de jardín, con las enormes instalaciones de las ramadas y fondas de  fines del siglo XX, que necesitaban varios días para ser levantadas y que dependían de la creatividad y recursos de cada fondero. Tampoco el actual formato de un show con escenario, se asemeja en nada con el despliegue de múltiples instalaciones, que entonces funcionaban simultáneamente y por separado.   

Desde el cerro, el viento repartía el humo de las parrillas, junto al sonido de los parlantes, hacia cada casa sanbernardina. Creando una curiosa mezcla sonora, similar a cuando alguien cambiaba bruscamente las estaciones de una antigua radio.
Para graficarlo, podríamos decir que el 18 Chico original se acercaba a las características de la Fiesta de la Pampilla en Coquimbo, sin sus enormes dimensiones, pero con un despliegue similar. A la fiesta, que duraba 3 días, asistían docenas de miles de personas.
Sus numerosas y enormes ramadas, con sus respectivas orquestas, se repartían por uno de los cerros de Chena más bajos, (frente a calle San José), hacia las alturas, ocupando también las laderas posteriores. Se instalaban también locales de juegos populares, juegos mecánicos, chicherías con enormes toneles, etc.
En los últimos años habían hasta juegos electrónicos, un circo, e incluso una discoteque. 

En sus versiones desde los años 60 a los  80, llegaban a tener más de 10 a 15 fondas y ramadas, grandes y medianas, más un promedio de 20 cocinerías y chicherías, e  innumerables puestos de venta. No existía aún la invasión de productos importados, por lo tanto los comerciantes ofrecían dulces chilenos, golosinas, volantines y juguetes manufacturados artesanálmente. Algunos souvenirs tradicionales de la fiesta eran los remolinos, pajaritos de papel o los sombreros de huaso y de tipo vaquero, hechos de cartón.  

Los fonderos pasan varios días levantando estructuras con largos postes, ramas de eucaliptus, subiendo mesas, sillas de madera, bocinas y pesados parlantes, amplificadores a tubo, etc. 
Los visitantes,  transportados en micro, camiones, camionetas y hasta carretas y a caballo,  invaden el centro y las calles de acceso al cerro en un flujo interminable de tres y más días. El tráfico de la carretera Panamericana debe ser desviado en las noches por calle América, Eyzaguirre Portales y otras arterias, lo que provoca una enorme congestión de automóviles, camiones de carga y buses interprovinciales.

En las boleterías, accesos e interior del recinto, trabaja personal municipal, de la escuela de infantería, voluntarios de la Defensa civil, Cruz roja, Carabineros, Bomberos y damas del voluntariado femenino.
Aunque la producción de la fiesta corresponde a iniciativas privadas, el municipio coordina este enorme despliegue, facilitando la masiva llegada de visitantes y el caótico regreso.  Es el período de gestión del alcalde Fernando Amengual del Campo (PDC, 1979 – 1982) y luego del alcalde Álvaro Vial Valdez  (Indep. 1982 – 1985).

La recaudación de las entradas en este periodo, es entregada a Bomberos y a la Junta nacional de jardines infantiles y navidad.
En las décadas anteriores, muchas familias acampan en el cerro durante los días de la festividad e incluso antes. En las décadas 70 y 80, el cerro está controlado por los militares y es desalojado al caer la noche. 
Desde el atardecer miles de personas comienzan a bajar el cerro para evitar la oscuridad. Arriba la fiesta continua, mientras el flujo de gente es interminable, hasta bien tarde. Muchos de ellos vienen equilibrándose sobre la pelota de la alegría, provocada por los nobles mostos del valle del Maipo, que por entonces se ofrecen sin muchas restricciones.
El viento primaveral del cerro y la ley de gravedad, ayudan a que los borrachitos queden regados por el camino, o pasen la noche en las cómodas acequias de la ciudad, que en Octubre lucen secas y con hierba alta.
El 18 chico fue una auténtica fiesta popular, que tuvo gran importancia en la comuna y en todo Santiago. Desaparece Aprox. el año 1984 y no volverá a existir como tal.
  
Sus características, antes descritas, son hoy muy difíciles de reproducir. Actualmente existen muchas mas opciones de entretenimiento, una segmentación social y del consumo, la tecnología permite nuevos y diversos formatos. Cada municipalidad de la región organiza sus propias actividades. En los sectores populares no existe ya aquel espíritu colectivo que impulsaba a todo un barrio o una organización a embarcarse juntos en un camión o una micro rumbo a la fiesta. Las regulaciones actuales para un evento de este tipo, son mayores. Como modelo de negocio, agrupar tal cantidad de fonderos, tampoco es factible en la década 2000, ni en la siguiente. 
Empezar todo de nuevo hasta logar asemejarse a la original, tampoco parece ser la idea de la nueva actividad, debido a sus diferencias de formato. 
                                                                                         
Este formato y la reutilización del nombre, constituyen una clara diferencia entre rememorar y resucitar esta tradición.  Ya que una vez instalada una resignificación de la festividad, la percepción que la gente tenía de ella, puede nublarse y olvidarse para siempre.   
        
Para ejemplificarlo mejor, pensemos en otra tradición local, como el Festival del Folklóre,
imaginemos un ejemplo de ficción, pero no muy extremo:  Estamos en el futuro y por desgracia el festival dejara de realizarse…Pasado un buen tiempo, el folklore ha decaído. Con el fin de revitalizarlo, una nueva autoridad organiza una actividad folklórica masiva, bautizada como “Fiesta Criolla”. Esta consiste en una competencia de grupos folklóricos y otros no tan tradicionales. Se inicia con poca producción y público, en una plaza al aire libre.  Cuenta con algunos stands de comida típica y solo algunos invitados de otras regiones.  
La fiesta es muy bien recibida por la población. que agradece conocer las antiguas tradiciones extintas. Como parte de su programa se presenta un homenaje al Festival del folklore, con imágenes y relatos de la época. Todos aprenden a conocer y valorar el Festival, su calidad y producción, entendiendo que tal vez no volverá a existir. Pero no lo confunden con la “Fiesta Criolla”, que esta naciendo y es definitivamente otra cosa, algo acorde con la época.

Pero, Imaginemos que ocurre si modificamos un poco la historia anterior: El evento para revitalizar el folklore es bautizado como “Festival Nacional del Folklóre de San Bernardo” y es presentado como: “El regreso de nuestra tradición”, “Nuestro tradicional festival ha sido revivido”.
Tal vez una buena parte de la gente que no conoció, o no recuerda bien el original, estaría contenta de este “regreso”. Pero quienes conocen sus detalles, su envergadura y su nivel alcanzado, sabrían diferenciar.
Este nuevo festival no tiene jurado experto, ni conjuntos de todo Chile ni el exterior presentando cuadros de proyección, ni feria artesanal, ni gastronómica, ni desfile inaugural, ni la mitad de público que el original. ¿Podríamos considerarlo la continuación del anterior? ¿No sería más beneficioso para la cultura y la tradición, que dejáramos al muerto en paz y creáramos algo nuevo, con un nombre nuevo?
Algo similar  ocurre con el evento actual del municipio, Ya que una vez instalado un nuevo significado de una tradición, el recuerdo de esta puede nublarse, olvidarse y desvirtuarse completamente..
 Pese a todo, esta nueva actividad, cumple con la finalidad de preservar la memoria y de ser una instancia de encuentro entre antiguas y nuevas generaciones de vecinos, en torno a una festividad extinta, pero que aún convoca el mismo espíritu festivo y fraterno. Para eso no requiere en absoluto cargar con la pretensión de ser la encarnación del verdadero 18 Chico.

sábado, 26 de septiembre de 2015

SAN BERNARDO: LA IDENTIDAD DEL PASADO


Por: Mario Celis V.   
  
Texto presentado en el foro Barriocultura “San Bernardo Cultura o Slogans”, realizado en Noviembre 2014 y Enero 2015.

Es ya común escuchar que la ciudad de San Bernardo tiene una identidad cultural propia. Pero ¿Cuál es esta identidad? Por años, el tema ha sido obseción de artistas y antiguos vecinos, que han profundizado una búsqueda natural de elementos culturales en su origen y desarrollo histórico.
Desde 1990, ya en período democratico, surge en las autoridades locales, de todas las tendencias gobernantes, un frenetico interés por levantar el tema cultural sobre la idea base de una identidad local. 
Aquella construcción ha ido definiéndose en las últimas décadas, hasta constituir un discurso que ha sido también adoptado por instituciones privadas, uniformadas, empresas e incluso organizaciones sociales.  Discurso repetido sin mayor reflexión sobre su consistencia. 
Desmenuzaremos a continuación sus trasfondos y como abordar con lucidez, un tema tan etéreo como la identidad.

EL “PASADO DORADO” DE SAN BERNARDO
El discurso de la identidad sanbernardina que ha sido instalado, evoca y alaba hasta la saciedad, los símbolos de una “era dorada” de San Bernardo. Esta era dorada, en rigor, no aparecería con sus primeros habitantes indígenas, ni con la presencia mapuche, ni con la convivencia del imperio del Tahuantisuyo. Tampoco con el periodo colonial ni la edificación de la villa en los albores de la independencia, ni su desarrollo posterior en el siglo diecinueve. 
Aunque la ciudad tiene cerca de 200 años, sin contar su historia anterior, este esplendor pertenecería al periodo republicano. Se trataría solo de algunas fotografías de identidad en color sepia, de una parte del siglo veinte.

He aquí los imaginarios que componen esta identidad única. Tres dimensiones de un mismo cuerpo: 

El Imaginario Aristocrático:

Es el recuerdo borroso e idealizado del San Bernardo “señorial”, donde la aristocracia de fines del siglo XIX e inicios del XX, vacaciona y comparte tertulias junto al piano. Convertida en lugar de veraneo, la villa de construcción de adobe y tejas, es decorada con nuevas casas patronales, que ostentan afrancesadas baldosas, maderas nobles y estatuas. Sin embargo, la verdad es que nunca hubo grandes palacios, y las pocas casas que llegaron en pie al siglo XXI, fueron también demolidas o mal conservadas.  
La vida aristocrática termina desvaneciéndose. El balneario de las familias pudientes se traslada a Cartagena. Nuevas familias que no pertenecen a estas castas, hacen riqueza. Inmigrantes árabes, españoles, alemanes, italianos, dedicados al comercio, son quienes modernizan el barrio céntrico y participan de una nueva estructura social que toma forma y aporta al progreso de la ciudad. 
Años más tarde, las casonas o sus restos, su dudoso legado arquitectónico, se convertira en simbolo de una quimera, el anhelo de ver a la ciudad nuevamente habitada por gente rica, bien vestida y culta, que nos invita a sus pomposos ágapes. Un poco más realista es el deseo de restaurar o proteger esa arquitectura, pero la modernidad dirá otra cosa. La idealizada arquitectura local, la supuesta edad de oro de la cultura y su legado Tolstoyano, más alla de un suspiro nostalgico, ¿lograrán materializarse en algo? 

El imaginario Rural: 
 
Este imaginario, recoge la memoria del antiguo pueblo y su vida de campo. Aquella nostalgia por un pueblo apacible de costumbres agricolas.   Es también aristocrático, pues proviene de la aristocracia del latifundio que domina y ordena la vida de los habitanyes de la zona central de Chile. 

Como en todo Chile, la vida se ordena en torno al fundo. Con migraciones de zonas agrícolas aumenta la población. El modelo de vida campesino comienza a convivir con el modelo industrial,  transformando al pueblo apacible, en una ciudad modernizada.
Tras el golpe del 73, la reforma agraria es reducida a su mínima expresión, pero la vida en torno al fundo no regresa. Los campos son entregados al modelo exportador. Parcelas de monocultivo, plantas de procesamiento frutícola, frigoríficos, faenadoras de pollo y cerdo, decoran ahora el entorno a la ciudad. 
La actividad agrícola de grandes hacendados y pequeños parceleros, disminuye hasta casi desaparecer. Las chacras se transforman en parcelas de agrado.  
Allí ya no se plantan nuestras hortalizas, ni se cría el caballo alazán, ni se canta con guitarra traspuésta bajo el parrón. Las carretas repartidoras de leche, ya no trotan por las calles, el agua ya no corre por las acequias. Ponchos, mantas y espuelas, ya no serán atuendo cotidiano, sino un ocasional disfraz.
A pesar del derrumbe, la matriz cultural rural - urbana, si ha permanecido, como un sentido recuerdo.  Es alli donde se instala un nacionalismo autoritario y conservador, impuesto por la dictadura y continuado por sucesivas gestiones municipales en las décadas 2000 y 2010. 
Esta nostalgia, es desvirtuada, a traves de los esterotipos de la "chilenidad" y utilizada como sinonimo de identidad local, como instrumento de cohesión, como váñvula de escape, como slogan unificador.
La añoranza del San Bernardo antiguo y rural, pretende ir más alla del homenaje, o el rescate de tradiciones: Hasta no aceptar que el modelo agrícola feneció y vincularlo a una armonía entre Patrón, Peon y naturaleza. A un sentimiento vivo de patriotismo, al orden, a lo popular (despolitizado y desprovisto de sus expresiones propias), al catolicismo (en su expresión más conservadora), al respeto irrestricto a la autoridad, a la "raza chilena", etc.  
Así como desconoce la verdadera realidad social del antiguo pueblo campestre, tampoco entiende las causas, ni el momento cuando el campo desaparece como modelo. ¿Podra esta "chilenidad sanbernardina", desconocer también al modelo de mercado, a la expansión del territorio urbano y su impacto en la cultura rural.?¿Podra imponerse sobre la periferia, no  identificada con lo rural, o por sobre el descontento social?

El Imaginario ferroviario: 
Es la añoranza por el esplendor de Maestranza Central durante el siglo XX.  Resurge una y otra vez por la eterna deuda patrimonial ferroviaria con su memoria y sus edificios de arquitectura racionalista o moderna.
Hay un fuerte lazo entre dos o tres generaciones de obreros y sus descendencias e identifica fuertemente a sectores de la clase media local de los barrios históricos.
Se le considera reresentativo de la identidad del sujeto obrero popular, Sin embargo, la ciudad tuvo también durante aquel siglo, una gran masa de trabajadores campesinos, un fuerte artesanado, trabajadores del comercio y servicios, militares,  profesores y un creciente número de profesionales de nivel técnico y superior.
Sobre su último periodo no se habla. Los crímenes contra ferroviarios tras el golpe militar y sobre estafas en la empresa de ferrocarriles del estado al llegar la democracia, se guardan bajo un oscuro silencio. 
El proyecto para convertir sus galpones en un mall, es postergado, así como el debate sobre el rescate de esa memoria. Este no se hace cargo de las causas de su final y abandono. 
Al promover una memoria con mala memoria, dificilmente se puede construir una voluntad para convertir estos espacios en un bien útil de uso comunitario. 
Aun con la deuda impaga, este imaginario mantiene vigencia, pero pierde representatividad popular y queda también huerfano de proyecto económico politico y social, al morir su industria. 
¿Si la memoria ferroviaria fuese al menos, puesta en valor, podrá por si misma, representar a la actual masa trabajadora de la comuna?


CULTURA PARA LOS SIN CULTURA
La cultura oficial no cree en cultura hecha por la gente común, pues la cultura, o la “alta cultura” es solo lo que hicieron otros en el pasado, aristócratas, gente excepcional del siglo XIX. Su legado, plasmado en fotografías en sepia, es lo que estamos obligados a seguir.
Como un gran porcentaje de las familias sanbernardinas, no vivió este “pasado de oro”, se encontraría, según esta mirada, en una carencia cultural e identitaria. Tal vez ahí, podria sustentarse, la idea de difundir rescatar y revivir esta cultura del pasado. 


Tras la que podria ser una noble intención, un enfoque discriminador. Estos habitantes, sin al menos un pariente lejano ilustre, o ferroviario, no tendrían cultura propia. Al convertirse en sanbernardinos deberían adoptar esta identidad y negar cualquier cultura que les pudiera pertenecer por herencia de su origen, o  cualquier construcción identitaria como pobladores de villas o como habitantes del siglo XXI, en una ciudad en expansión
.

Esta idea que supone a los “nuevos vecinos”, o “nuevos sanbernardinos”, como gente sin cultura, ni pasado,  tal vez explicaría la necesidad de la oficialidad de “repartir” su cultura a esta comunidad sin voz, como quien reparte leche, frazadas, cajas de alimento o globos.  
Se les reduce a espectadores de eventos, de entretención liviana, masiva. Mientras aún no estén preparados para un baño de cultura mayor, se les “mangueréa” la cultura, hasta que sean dignos de entrar a la piscina. 

Un estereotipado folklóre se ensalza por sobre otras expresiones y también se entrega gratuitamente  en formatos masivos, en serie, repetitivos, controlados.
Para quienes si pueden acceder, hay una oferta de eventos reducidos, para la afición musical o literaria local.  Allí puede encontrarse algo de arte. Pero principalmente se fomenta un arte que preserve tradiciones, que contemple, que añore, que no cuestione, un arte servicial, un arte “positivo”, “que muestre lo bueno y no lo malo”, como afirma la autoridad.

Se recuerda el pasado, pero solo cierto pasado. Se desconocen las últimas décadas como décadas de valor cultural. Se da vuelta sobre los mismos temas, los mismos nombres. El eterno homenaje y las efemérides obstruyen la expresión artística. La mirada contemporánea brilla por su ausencia. Y aunque se privilegie la “alta cultura”, esta se mantiene a kilómetros de distancia del quehacer cultural y del arte profesional hoy en Chile.

Sabemos que el arte, si para algo sirve, es para para hacernos preguntas, y esto no es posible con un arte que anula cuestionamientos e impone respuestas únicas.
Pero, aunque esta adaptación del arte para otros fines, es una constante de toda época y gobernante, podemos poner atención en un punto más abordable en nuestra cotidianeidad local y que nos es propio: La identidad cultural.



PASADO PARA OCULTAR PROBLEMAS, PASADO PARA NUBLAR LOS CAMBIOS
Como la identidad cultural de la ciudad se supone ya existe, casi nadie se atreve a cuestionarla o pensar que nuestra ciudad pudiera tener otras identidades, o bien, descubir con horror, que tal vez no tiene ninguna identidad propia (!!!).
Las obras o iniciativas que apuntan a crear una identidad local de época con otros códigos, o aquellas que osan abordar temas de la sociedad del siglo XXI, no parecen tener aún un espacio en nuestra conservadora comuna.
El problema no es el pasado, cuyo conocimiento resulta sumamente interesante, sino la utilización de este. La instalación de este imaginario de memoria e  identidad cultural totalizante, como el único posible.
Se trata de crear la fantasía de que la historia, está siendo recuperada, o que  modelos culturales extintos siguen aún vivos.  Por lo que sabemos, esta cultura no vive hoy, es de otra dimensión. Por tanto solo nos quedan sus bienes patrimoniales. Aquí sobreviven algunos de sus vestigios: Casas patronales, caminos, iglesias, acequias, la Maestranza, etc.
Hasta ahora ha sido posible tener estos vestigios a la vista, pero su abandono es evidente, desaparecen a un ritmo impresionante, mientras la ignorancia, la violencia, la superficialidad, las anti-culturas, proliferan como microbasurales en cada esquina, cada escuela, cada hogar, cada institución.

Como los bienes tangibles escasean, se recurre a los recuerdos de sus habitantes más antiguos, pero al morir estos y ser minoría ante una población creciente, los recuerdos pierden fuerza cuando no puedes ver, visitar o usar estos bienes patrimoniales.

Es aquí donde la oficialidad ha redoblado esfuerzos para imponer ideas fuerza como “La Capital del folklóre”, “Una comuna con abundante vida cultural”, “ciudad de poetas”, “capital ferroviaria”, “una comuna con todas sus tradiciones vivas”, “la recuperación del 18 chico y la fiesta de la primavera”, “Aquí el folclore se vive todo el año”, "el legado tolstoyano vivo", etc. Slogans  que para el sentido comun, o a la vista gente de otras comunas, suenan algo exageradas, chauvinistas, poco realistas, con vago sustento histórico o científico. Pero lo más evidente es que en su mayoría se trata de puestas en escena, recreaciones, muy poca cultura viva, libre, creada o gestionada por la gente.

Para esto se despliegan grandes recursos, toda la tecnología, publicidad y marketing hoy disponible. La identidad cultural irrumpe con enormes parlantes, pero escaso trabajo educativo.
Imponer esta identidad anacrónica en todo, se ha convertido en una constante y velada censura a la cultura y a los artistas locales (en una ciudad, donde curiosamente, surgen gran cantidad de artistas, con o sin apoyo oficial).

Su uso obsesivo nos ayuda poco a comprender los últimos tiempos, que definen sustancialmente el San Bernardo de hoy. Es este mismo pasado, el que se usa para no hablar de otras épocas, de otros imaginarios. Con este pasado se obstruye la construcción de una identidad cultural, que interprete a las actuales y nuevas generaciones, sobre todo a los sectores populares.
Con esta identidad del recuerdo, se nublan los problemas presentes, se niegan las posibilidades de cambios profundos. La identidad única, infantiliza, niega las capacidades de la gente.

Menos aún, ayuda a comprender la sociedad en que vivimos.  Temas como Género, diversidad, desigualdad, sexualidad, tecnología, ciencia, educación, cultura, medio ambiente, DD. HH…No pueden existir en una cultura estática,  en  imaginarios de museo abandonado.


EL PASADO DORADO EN DEMOLICIÓN
Contradictoriamente este pasado dorado es destruido, sin culpa, por la misma clase política, autoridades, inversionistas e instituciones a su servicio, que pregonan la belleza insuperable de estas épocas. Cada vez que surge una buena oferta para levantar alguna mole que ofrezca beneficiar a una firma privada, a cambio de buenas patentes, iluminar un peladero, o aumentar algo el subempleo; no se inmutan para subastar cualquier bien patrimonial, en tiempo record y con las mínimas exigencias, al borde de la normativa.

La identidad del pasado se ha convertido, en el truco publicitario usado para promover las inversiones que destruyen o deforman esta y otras identidades.
 
Queda así en evidencia que su modelo de identidad local, no ha sido más que un conjunto de frases. Solo se ha jugado con nuestra memoria emotiva. 
 
 “San Bernardo ya no es el mismo” se dice, ¿Pero quién mando demoler el patrimonio y la identidad de San Bernardo, que tanto dicen defender? ¿Si no fue el latifundio, si no fue la dictadura, si no fue la economía de mercado, si no fueron los gobiernos, si no fue el municipio, si no fueron los negociados, si no fue su partido?… ¿Quién?

Nadie asumió la responsabilidad, ni por las Re - radicaciones (mal llamadas "Erradicaciones", como si fuera un exterminio de pobres), ni por el sobrepoblamiento sin planificación a través de subsidios, ni por la venta del patrimonio a las inmobiliarias, ni por el abandono del mercado, del Pucará, plazas, teatros o la Maestranza, ni por la ausencia de un proyecto cultural masivo, ni por el nulo apoyo a los artistas, ni por la segregación, ni por nada.
Durante más de tres décadas no importo saber. Había que seguir creyendo y difundiendo la devoción por la identidad del pasado, aunque se nos viniera el siglo XXI encima. Porque distraía del presente, de los temas difíciles, porque llenaba un vacío de identidad local necesario, porque rendía electoralmente, porque calzaba con la inversión privada, porque servía para todo.
El pasado dorado ya no era solo publicidad, había sido desde mucho antes, y hoy más que nunca, una estrategia más de propaganda política.

Pero no era suficiente para diluir las responsabilidades de destrucción de la villa rural, aristócrata y ferroviaria…Para responder a la preguntas ¿Por qué se arruinó nuestro lindo pueblito?, ¿Quién jodió a San Bernardo? Se tejió una respuesta burda, usada por las capas medias, tanto como por la hoy exigua clase alta local, e incluso por los estratos bajos. Una respuesta que mezcló las épocas, que confundió las tomas con la asignación de viviendas, como si toda la periferia hubiese optado por instalarse allí, sin que las autoridades lo supieran…Una respuesta que fue transmitida a los niños, que hoy abunda en las redes sociales:    … “Fueron los pobres”…

 “Fue esa gente que llego y arruinó todo”, “esa gente que bajo hasta acá y se apoderó del centro”, “fueron los flaites quienes destruyeron San Bernardo”, “Se instalaron tras la línea, llegaron con rabia, aun siguen llegando”…

LOS MODELOS SOCIALES ECONÓMICOS DE LA CIUDAD
Malas noticias: San Bernardo ya no es, ni volverá a ser aquel pueblito rural, ni la villa señorial para el veraneo de la aristocracia santiaguina, ni tampoco la villa industrial de obreros privilegiados.
Los acontecimientos del país y  sus cambios de modelo, le influyeron y le influyen directamente.
Comprender que la ciudad no es una isla, nos ayudaría a aceptar que los ciudadanos de San Bernardo se han quedado hoy sin proyecto social propio. El último proyecto, el industrial ferroviario, fue silenciado, acribillado y hecho desaparecer.
El único proyecto existente, omnipresente, e impuesto desde afuera, es el imperio de las grandes empresas. Inversionistas de todo tipo, ven en la comuna una plaza libre, con escasas regulaciones, para contratar mano de obra barata e instalar sus malls, industrias contaminantes, villas,  condominios enrejados, u obras de ingeniería invasivas y segregadoras.


¿EL PROBLEMA DEL PATRIMONIO,  NO SERA LA IDEA DE PATRIMONIO?
¿Quién defiende el patrimonio de la ciudad entonces? Al parecer todos. Quienes lo añoran y quienes lo destruyen y viceversa. Es decir, quienes lo defienden también lo destruyen, o hacen muy poco para impedirlo.
El mito del patrimonio es parte de esta construcción de identidad, de un pasado mejor, pasado que supuestamente, aún permanece. Permanece al menos en el espíritu y lo poco que queda debemos preservarlo, es el discurso de todo candidato.

Pero las excavadoras avanzan, mientras las viejas locomotoras y los viejos edificios desaparecen en el óxido, con la eterna promesa de ser preservados.
Como se supone que este patrimonio les pertenece a todos. Con facilidad levantan slogans como “San Bernardo defiende su patrimonio”, suponiendo que estos temas son prioritarios y de apoyo masivo, cuando no lo son.

En los mayoritarios sectores populares este discurso no prende. Incluso en sectores medios, para los vecinos la idea de Patrimonio, carece de un sentido concreto, genera dudas.  Cuando ven su propio patrimonio, sus casas y sus barrios deteriorándose a mayor velocidad, no hace sentido la defensa de viejas casonas de adobe, ni oponerse a la promesa de progreso, cuando no hay una alternativa contundente de otro desarrollo, no destructivo,  ligado a una cultura real, viva, tangible, coherente con su época y sus necesidades.

La protección estos bienes y el imaginario de recuerdos que los rodea, no se traduce en beneficio para la población postergada de la ciudad. Pero peor aún, no corresponde a su propia identidad.

Por otro lado, las clases acomodadas de la ciudad, que heredaron estas tradiciones y este sentimiento de ciudad cohesionada de antaño, aparte de culpar a los pobres de los cambios, tienen desconfianza de un futuro donde estos bienes tangibles sean totalmente accesibles a esta masa inculta y no protegidos por sus antiguas familias.  La amenaza de destrucción del patrimonio y por tanto de la cultura, alimenta la promesa de restauración, conservación y apertura, como una constante en el tiempo. Pero si se llegara a hacer algo con estos bienes, presume administraciones elitistas, usos restringidos, usos no comunitarios.

El patrimonio es propiedad, y la propiedad no es de todos, se compra o se hereda.

Si esta construcción simbólica fue hecha tanto por la dictadura, como por la clase política de ambos lados, que ha gobernado la comuna desde 1990, se hace difícil creer en una política patrimonial seria, a estas alturas, mucho menos en una política cultural.
Por años parecía creíble que una oficialidad que defendía sus propias tradiciones, su patrimonio, sus proyectos económico - sociales,  defendería también  la memoria, las tradiciones (supuestamente) de todos.  
Hoy resulta dudoso que los mismos sectores políticos que apoyan el modelo de mercado como solución total, serán los defensores del patrimonio o incluso de la cultura local.

¿Si no se defendió antes el patrimonio, porque ahora van hacerlo? ¿Si no se diseñó un proyecto cultural, ni levantaron los temas sociales como hoy levantan las banderas del patrimonio, ¿Porque debemos creer que ahora van a hacerlo?

Es innegable que en muchos vecinos  existe la honesta intención de hacer progresar esta ciudad defendiendo su cultura. Sin embargo, enfrentar la publicidad de la alianza empresario - político, destinada a privilegiar negociados, puede ser muy contraproducente, si se hace con consignas simplistas, o con su mismo ideal de pasado.

En otras palabras; Si los dueños de la ciudad nos imponen sus negocios, levantando la consigna del pasado dorado, no funciona oponerse a ellos, con la misma consigna del pasado dorado.

Es necesario revisar si nuestras propias convicciones y formas de oponernos a los proyectos invasivos, no cae en una extrema ingenuidad. Las lindas locomotoras antiguas que añoramos, se están convirtiendo fácilmente en crueles retroexcavadoras. Al  invocar modelos tan manoseados y al no dar consistencia política como fuerzas sociales  a las demandas, corremos el riesgo de que caer en otro “cuento del tío”. 
Con este mismo proyecto de identidad del recuerdo, de una ciudad que ya no existe, no se puede enfrentar a quienes vienen con sus maquetas 3 D a proyectarles un futuro magnifico a concejales y alcaldes de turno, dispuestos a comprar cualquier porvenir que sea financiable.


IDENTIDAD DE HOY,  IDENTIDAD DE FUTURO
Las amenazas a espacios como la Maestranza, la Plaza de Armas, la Avenida Portales o los barrios típicos, hoy nos dan la oportunidad de hacer una reflexión profunda de que queremos como ciudadanos comunes para hoy y para mañana.

Si aspiramos a construir un San Bernardo mirando al futuro y para todos, nuestra mirada debe ser de futuro.
Si para construir nuestra identidad cultural local, se necesita una conciencia del pasado, dado lo compleja y contradictoria que es nuestra ciudad, necesitamos reflexionar doblemente sobre el San Bernardo de hoy, la identidad de hoy, la cultura de hoy.

¿Es la identidad cultural solo un recuerdo de tiempos mejores? Queremos preservar para añorar eternamente un pasado mejor, o queremos dar cuenta de nuestra realidad aquí ahora, para construir una base sólida para un mejor futuro?

¿Queremos entender como identidad, solo la cultura del San Bernardo céntrico, antiguo?, ¿Asumiremos de una vez, que tenemos hace ya tiempo un nuevo San Bernardo mayoritariamente periférico, popular, con carencias, que también tiene derecho a escribir su propia historia, su propia cultura y no necesariamente debería identificarse con todo lo que se afirma es la única  identidad de San Bernardo?

Hacernos estas preguntas, es urgente y es gratis. Como el pasado no va a regresar, debemos construir hoy lo que nos gustaba de ese pasado. Por ejemplo: convirtiendo la fantasía rural, en planificación ambiental o un proyecto de cultura y tradiciones coherente con esta época.

Podemos y debemos crear nuevos códigos, nuevas expresiones, nuevas estrategias de respuesta a nivel local, aquí y ahora. Podemos crear las bases de una nueva política cultural desde las organizaciones sociales. Antes que San Bernardo triplique su población, antes que sea demasiado tarde.